Por Garba.
Viajo por la ciudad de Buenos Aires. En la radio una actriz cuenta, como una gracia, que el día de su boda el vestido le apretaba tanto que al llegar al cuarto de hotel estaba con náuseas y vómitos por las horas que había pasado sin respirar bien y como tampoco había comido nada en todo ese día tenía la panza llena de aire.
Todos ríen mientras afirman: lo que hay que hacer para estar bien.
¿Estar bien?
Me pregunto cómo sería posible cambiar estos paradigmas sin perder la esperanza de la belleza, sin renunciar a reconciliarnos con el espejo y más aún, con nosotras.
¿Qué es ser linda?
Tuve la suerte de estudiar modelo vivo con las técnicas de dibujo de pintura y de escultura. Eso te invita a trabajar dentro de lo que ves, dentro de lo que hacés y dentro de aquello que otra persona mira.
No son los rasgos, ni el aspecto, no son las poses ni las cuestiones de aprendizaje las que recuerdo de esos tiempos.
Es la atmósfera que se podía encontrar en el desparpajo, en la corporalidad desnuda, en la parsimonia de alguien que cortaba el aire del salón apenas cambiaba de postura.
Teníamos en pintura, una modelo que acompañaba a ese profesor de esa cátedra desde hacía años, ella lo había visto formarse en su oficio, le conocía las maneras, lo oía repetirse o rebelarse ante las formas y los vacíos.
Él confiaba en que ella nos abriera la puerta a la lindura, que nos llevara de viaje sintiendo cada pliegue, su atrevimiento, su pudor, su espera.
En toda esa mezcla, entre papeles, bastidores y gente tomando medidas, con los ruidos del turno noche y alguna música de grabador, me iba a esa extraña nebulosa de lo bello.
¿Qué es ser linda?
¿Luchar contra cada centímetro de tu cuerpo rogándole una eterna y delgada lozanía?
Hacia fines de los ’90 Doris Dörrie nos preguntaba en su película alemana: soy linda?
Nos lo preguntaba en los baños, en las calles, en los suburbios, en las praderas.
Nos lo preguntaba y la pregunta atravesaba la pantalla y se me metía adentro como un resonador.
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