Por Luciano Debanne.
Esperamos en la peluquería y en el dentista. Y en los bares, a que venga el mozo y que venga el café.
Esperamos el finde y el feriado largo. El semáforo. La nueva temporada, el aguinaldo. El cumpleaños y la navidad. Esperamos a los reyes y a Papá Noel.
Esperamos la muerte, cuando uno sospecha que ya se murió. Que suene el timbre, que salgan los chicos, que empiece el programa; que termine el verano, o el invierno, según cada quien.
Que se desocupe el baño y que se acabe el año. El vuelto, el viento, y que venga cada mes. Que se seque el piso y la primera mano, y la última también.
Esperamos que nazca el bebé. Que termine la abuela de comer. Esperamos al lento, a la madre mientras mira la vidriera, y a que el fuego encienda bien. Esperamos al taxi, al posnet, al bondi, y a veces al tren.
Esperamos que amanezca, que pase el tiempo muerto. Que madure la fruta y que se descongele la heladera. Esperamos que germine y esperamos que termine de una buena vez.
Que avancen los autos, que venga el que falta. Que crezca el pelo, que se acabe el tema. Que te salga la barba, que se vayan los granos. Que llegue el que se fue para volver.
Que se despierte el resto. Que salga el mensaje. Que llueva y que por fin deje de llover.
Que ya no duela, que sane, que cicatrice. Que se venza el plazo, que pase el rato. Que abran, que sea hora de cerrar.
Esperamos que se vayan los malos, que vuelvan los buenos. Que ya no haya que esperar.
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Mirarse el ombligo, hoy
Esa condición inigualable de ser tierra y al mismo tiempo mano jardinera; cuidando lo que crece, y siendo, simiente, condición de posibilidad.
Un mundo incendiándose
No alcanzan nuestras manos. No alcanza nuestra buena voluntad. No alcanzan nuestros cuerpos sumados de uno en uno en medio del remolino ígneo de la desigualdad.
