Por Luciano Debanne.
En navidad los pobres son más pobres y los tristes están más tristes. Y todo así.
Los suicidas van a la farmacia, o fuman en el balcón. Las distancias son más largas y las soledades más hondas.
En navidad los afortunados son más afortunados y los desafortunados no.
Las viudas y las madres que enterraron a sus hijos lloran, y los hijos recuerdan mirando las fotos. Y los shopping centers se vuelven más obscenos y la riqueza es una jactancia que celebra.
Y la televisión repite lugares comunes y películas nuevas que son viejas.
En navidad la caridad es una caricia que no alcanza para nada, y hay puertas que se abren vaya uno a saber por qué, pero ya no se cierran nunca más.
En navidad hay una esperanza familiar, un cariño manso, un acuerdo colectivo en hacer una tregua, una magia.
Un calor que anuncia lluvia, y se llenan las peatonales y las plazas y las ganas de vender para poder comprar.
Y alguien deposita sus sueños de belleza en una ristra de lucecitas multicolores que se encienden y se apagan.
Todas brillando. Menos una o dos, que se quemaron.