
Por Luciano Debanne.
Que aunque el almanaque diga lo contrario, sospecho que en mi barrio ya ha comenzado la primavera.
Y hay un murmullo de azahares en el naranjo, y los aromos aroman el aire de las plazas y los patios y los baldíos agrestes.
Y un runrún de gusanos y lombrices caminando bajo la tierra, y raíces enredadas estirándose y creciendo sin esfuerzo y sin placer. Creciendo por puro mandato de crecer.
Y se presienten los huevos craquelándose en los nidos, y el pausado reventar de larvas escondidas en las maderas y las cosas.
Y los sapos han venido a reclamar los charcos de la noche, a los gritos.
Y hay risas en las siestas y en la piel. Y un colibrí, de cola larga y atijeretada, pasó volando su magia de velocidad más de una vez.
Y la huerta se llenó de las flores blancas de mi desidia, y el jazmín de pimpollos celestes.
Y el romero, en su maceta, tuvo la delicadeza de germinar unas florecitas minúsculas y bellas que son la delicia de quien sabe ver.
Y aunque el almanaque proteste por su anticipación fuera de agenda, por su arrebato de savia y sangre, acá en mi barrio ya ha comenzado la primavera.
Y es una fiesta esto que se anuncia, ya imposible de detener.