Por Luciano Debanne.
Contaban el buen Esopo la historia de un gallo que, descansando plácidamente en lo alto de un olivo, escucha desde abajo la voz amable de un zorro:
«¡Hola hermano gallo! ¿Qué hace allí tan alto? ¿Por qué no baja así podemos conversar?»
«No bajo porque no quiero que me coma, señor zorro. Prefiero mantener cierta distancia», dicen que dijo el gallo.
«Pero ¿cómo? ¿No se ha enterado? -preguntó el zorro asombrado-. Se ha declarado una tregua en la tierra. ¡Ahora vivimos todos en fraternidad! Acérquese tranquilo mi hermano…».
El gallo miró el horizonte, donde tantas veces vio salir el sol y sonriendo dijo: «Vea que bien esto que me cuenta, ya era tiempo de que todos podamos convivir en paz. Esto de tener amigos y enemigos nos hace mal a todos por igual. Sin ir más lejos, desde aquí veo una jauría de perros que vienen a toda prisa, seguro querrán conversar también con usted.»
El zorro asustado salió corriendo hacia la puesta del sol, mientras el gallo le gritaba: «¡Pero querido zorro! ¿Por qué huye? ¿Acaso no estábamos todos hermanados y en paz?»
«Se me ocurrió de pronto -contestó el zorro a la carrera- que quizás los perros no lo sepan.»
Así las cosas.
Cada vez que escucho sueños esperanzadores sobre la unión de la humanidad y treguas que nos unen, no puedo dejar de pensar en cuentos como estos, que desde la antigüedad más vieja nos advierte que estemos atentos: no vaya a ser que sea el zorro queriendo almorzar.
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