Por Luciano Debanne.
Dos que caminan.
Van o vuelven, si acaso.
Dos que comparten el paso, el cansancio pedestre, la condición peatonal. La dirección, el movimiento, la ilusión de avanzar.
Dos que caminan.
Atados por la respiración, por el suelo que pisan, por el cielo que los cobija como una burbuja cósmica bajo la cual de desenrolla la vida como un hilo blanco siempre tendido, siempre a punto de cortarse.
Dos que hilan los pasos por el camino que se dibuja bajo las plantas de los pies. Como si el mundo se inventara en el momento del contacto del cuerpo con la tierra.
Como si nada de eso fuera un milagro, como si fuera normal ir charlando de tal cosa mientras el mundo se desarrolla alrededor y el planeta gira entre galaxias inabarcables
Y ahí, en medio de todo eso, en el centro del universo, dos que caminan.
Como si nada.
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Esa condición inigualable de ser tierra y al mismo tiempo mano jardinera; cuidando lo que crece, y siendo, simiente, condición de posibilidad.
Un mundo incendiándose
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