Por Lucino Debanne.
¿Dónde estarás a ésta hora en que no estas acá, con nosotros?
¿Dónde estarás ahora que es antes de mañana, ahora que es antes de volver, recuerdo helado y triste de lo que fuimos, de los límites de lo que podemos ser?
¿Estarás en las plazas vacías donde duermen los esqueletos de los arcos de fútbol y se mecen, oscurecidos por la desidia, los postes de luz?
¿Estarás en el monte arrabalero donde resisten los bichos que no quieren vivir de la basura de la ciudad, donde se cagan de frío y de olvido los seres fantásticos de los cuentos que el volumen de la tele ya no deja oír, donde aguantan a pura raíz los arboles más viejos, incapaces de transhumar?
¿Estarás en las aulas, entre los bancos con su presencia silente, unas patas flacas pisando el suelo, otras patas hacia el cielo, tan ordenaditos después de que los vinieron a limpiar (capaz dulcemente, sin maldad) del bochinche de la vida matinal?
¿Estarás en las ferias, donde se compra y vende, y negocia, y resiste, los límites de este mundo tan de vidrieras y shopping center, y escaparates en el mall central?
¿Estarás en tu puesto vacío recorriendo los encuentros, las charlas, el recuerdo de trabajar?
¿Estarás en las fogatas, combatiendo la nieve, como un recuerdo nocturno del sol, codo a codo con otros, con otras, mirando el fuego bailar crepitando contra el viento, elevándose desde el fondo del suelo, rodeado de piedras, limitado, pero ardiente, listo para quemarlo todo, para arrasar con todo aunque nada esté dispuesto a dejarse quemar?
¿Estarás en el río, frío, del tiempo, espíritu benigno, esperando que te vengan a buscar: los tuyos, nosotros, el barquero, la historia, las formas imperfectas de la justicia, o acaso (vaya uno a saber qué puede esperar un hombre en la noche moribunda) algún dios sin mal?
¿Vagarás por las calles, memoria errante, desgarro del tiempo, clamor y llanto, promesa de que algún día, a pesar de ahora, de esta noche, de esta soledad, todo esto va a cambiar?
¿Dónde estarás ahora, antes de que nos encontremos, antes de que nos sea dado, el poderte encontrar?
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Mirarse el ombligo, hoy
Esa condición inigualable de ser tierra y al mismo tiempo mano jardinera; cuidando lo que crece, y siendo, simiente, condición de posibilidad.
Un mundo incendiándose
No alcanzan nuestras manos. No alcanza nuestra buena voluntad. No alcanzan nuestros cuerpos sumados de uno en uno en medio del remolino ígneo de la desigualdad.
