Por Luciano Debanne.
Pensaba que hay gente que hace el pan, gente que escribe, gente que organiza.
Hay quienes construyen casas, quienes curan. Hay gente que cuida a los hijos de los que construyen casas, gente que los contiene y los educa.
Están aquellos que cultivan la tierra y quienes sueldan partes en una línea de producción.
Amigos, compañeros, amantes, ferreteros.
Hay quien vende cosas y quien las fabrica. Hay quienes se dedican a la guerra y hay vendedores de flores. También puede pasar que haya quienes son campesinos y guerreros; artistas y políticos; albañiles y maestros; compañeros y amantes. Lo hemos visto.
Pero intuyo que no es posible que todos seamos panaderos, ni que todos seamos médicos, ni que cada uno de nosotros se dedique a la política.
Probablemente ni siquiera es posible que todos nos interesemos en la construcción de casas, en las vicisitudes de las herramientas, en la política.
En cualquier caso lo que me parece que sería deseable es que el maestro enseñe incluso aquello que no sabemos que ignoramos, que el poeta escriba aquello para lo que todavía no tenemos palabras; que quienes asumen las tareas de organización y conducción política interpreten nuestros sueños, nuestras esperanzas, nuestras necesidades. Incluso aquellas que ignoramos como tales; aquellas para las que no tenemos, aún, palabras.
Se me ocurre que en cada época, en cada momento, serán diferentes las cantidades de poetas, amantes, panaderos, campesinos y políticos que son necesarios.
Muy probablemente sean diferentes las cosas que cada uno de ellos deba hacer. Diferentes los desafíos a los que se enfrentan y diferentes los modos de sobrellevarlos.
La inteligencia quizás está en reconocer esas diferencias, y ser capaces de actuar en consecuencia.
Ojalá podamos.
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