
Por Luciano Debanne.
Para el tipo que vende en la calle todos los transeúntes son clientes.
Para la señora esa de la esquina todas las parejas son la posibilidad de una rosa menos en el balde con agua. Todos los niños son una moneda para el malabarista de semáforo. Todos los fieles un diezmo para el monaguillo que pasa banco por banco caminando en los pasillos de la iglesia con la canastita.
Para los fieles toda moneda es la posibilidad de que se abra un poquito la rendija del paraíso y San Pedro mire al costado, con benevolencia y complicidad, cuando haya que narrar ese pecadito de ocasión, ese descuido en la fe, esa conducta inapropiada.
Para la campaña todos somos votos, y para el club afiliados. Todos los pibes son choros, todas las pibas son sexo, todos los viejos problemas. Todos los extranjeros empleados en negro.
Así las cosas, inevitablemente.
Sin embargo, el vendedor en la calle se encuentra en la peatonal con un amigo y es su amigo, la señora que vende rosas se enamora, el malabarista hace sonreír a su hijo, y el cura encuentra fieles atentos a quienes les habla con bien.
Y hay políticos que son políticos, y clubes que están ahí para que la pasemos bien; y para alguien ese pibe es su niño hermoso y no sólo un menor, y esa piba es el amor de la vida de alguien y su deseo amoroso y carnal, y un viejo es el abuelo de algún nieto o de una nieta, o de un montón.
Y así con todo. No es cuadrada la cosa.
Es enrulada como un chinchulín, que aunque está lleno de mierda, sabe bien.