
Por Luciano Debanne.
De mi viejo heredé algunos silencios, varias camisas que le quedaban chicas, unos zapatos de los buenos, el dibujo de la pelada, unos cuantos libros, todas las lecturas importantes.
La forma curva de las piernas, el modo de roncar, el gusto por desayunar temprano y solo. Un gesto que se hace cruzando los brazos tras la nuca en algunas ocasiones particulares.
Heredé la autosuficiencia, la dificultad para demostrar el dolor, buena parte de mi vanidad, la lágrima difícil por los que se fueron.
Heredé la técnica para hacer el asado, el placer de dormir boca arriba con las piernas cruzadas, un modo de hojear el diario, la necesidad de algunos momentos de soledad. El mandato de escribir.
Heredé algunos gestos al ejercer el difícil oficio de la paternidad: un modo de acariciar a los hijos, algunos juegos medio brutos, una mirada que ahora sé que es de orgullo y amor a la vez.
Extraño su forma torpe de querernos tanto.