Por Luciano Debanne.
Todos leemos PDF, o miramos videitos no oficiales en Youtube.
Descargamos pelis y series, pirateamos discos, software, billetes de 50 más gastados que los normales, monedas distintas, libros editados en Bolivia un tercio más chico que el original.
Todos crakeamos, burlarmos, copiamos y pegamos, usamos de a pedazos sin pedir permiso, sin dar cuenta de nada, sin tener por qué.
Todos subimos alguna vez por la puerta de atrás del colectivo, nos choriamos un caramelo, pasamos algo sin pagar, nos colamos en un evento. Es la gracia de la cosa, la medida del éxito, su razón de ser.
Qué cosa fea ser policía del acceso, buchón de la propiedad intelectual, patovica de ocasión, defensor de las exclusiones; o peor: interviniente sin entender.
Qué cosa cándida desconocer que todo eso es parte de la cosa. Que un producto cultural cuando está bueno hace que las gentes rompan la vidriera del negocio y desbaraten el anaquel.
Qué cosa cándida no darse cuenta que hay libros que fueron hechos para ser fotocopiados, pedefeciados, selfiados y enviados hasta el hartazgo por los diferentes senderitos que tiene la internet.
Qué cosa fea el que no coge, ni deja coger.
Notas relacionadas
Mirarse el ombligo, hoy
Esa condición inigualable de ser tierra y al mismo tiempo mano jardinera; cuidando lo que crece, y siendo, simiente, condición de posibilidad.
Un mundo incendiándose
No alcanzan nuestras manos. No alcanza nuestra buena voluntad. No alcanzan nuestros cuerpos sumados de uno en uno en medio del remolino ígneo de la desigualdad.
