
Por Luciano Debanne.
Nadie nace inmortal, pero hay quienes después le agarran tanto gusto a la vida que ya no se mueren más.
Ya mientras andan te das cuenta, y las gentes que comparten el mundo con esas personas las miran batallar y se contagian; y entonces sueñan con mundos sin dolor ni agonías, y amasan hasta lo posible una que otra imposibilidad.
Hay quienes le agarran tanto gusto a la vida que después les da por no morirse más; y es como si siguieran sonriendo para siempre en las paredes, las remeras, los carteles, los libros y las redes.
Si hasta siguen teniendo enemigos, enemigos nuevos que llevan al hombro una vieja enemistad. Y también amistades nuevas, anudadas también en una antigua búsqueda, en una vieja verdad.
Hay una deuda de mundos nuevos, frente a cada nueva necesidad.
Así es esta gente que no se puede morir más. Siguen andando por este mundo con lo que el mundo tiene de bello y con lo que tiene de horrible, con lo que tiene de bueno y lo que tiene de oprobioso, con sus desgracias y sus milagros, y sus discursos encendidos, y sus metrallas, y sus gobiernos, y sus fotografías, y sus imbéciles. Tantos imbéciles.
La cosa es que nadie nace inmortal pero hay quienes al final se vuelven, y te siguen mirando, endurecidos sus huesos caídos, pero sin perder la ternura jamás.