Con Permiso

Celus

3-10-2021 / Con Permiso, Lecturas
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Un hombre escribe en el teléfono. Va armando un relato poco a poco, hecho de mosaicos, de pequeñas imágenes que va sumando a medida que las ve. Cada tanto agrega un párrafo.


Celus

Por Luciano Debanne.

Dos vendedores ambulantes, sentados en el cordón de la calle, dos hombres mayores. Uno le muestra al otro un video que le mandaron. Se escuchan diálogos. Ríen estruendosamente, palmeándose la espalda.

Un niño le saca, haciendo equilibrio con un teléfono enorme, una foto a sus padres. Al lado de una escultura. La foto sale muy movida y borrosa. La miran los tres, se abrazan. Y siguen.

Una adolescente se frena de golpe en medio de la peatonal, escribe, le contestan, responde, mira la pantalla, espera, espera, espera, lee. Se le llena la cara de una sonrisa que no le cabe en la boca.

Un hombre recorre durante el viaje los estados de WhatsApp. Apura uno, detiene otros. Amplia. Mira la ropa de una familia que posa. Recorre uno a uno a los integrantes de la foto. Hace que no con la cabeza. Sigue.

Una niña pequeña juega con el teléfono de su madre en un restaurante mientras sus padres discuten. Es un juego de estrategias y habilidad protagonizado por zombies. Acaba de alcanzar el nivel 9 y hace un gesto imperceptible de victoria, el mismo que hará muchos años después cuando rinda su último examen oral.

Dos adolescentes recorren los bares del centro. Se frenan en la plaza frente a una mesa donde cena una familia. Tiran una pista desde el celu al parlante portátil y freestalean algo referido a los que están en la mesa. Uno lleva la rima y el otro la segundea. Piden la moneda, se la dan.

Dos enamorados se sacan selfies con las luces navideñas de fondo. Se las mandan entre sí. Las suben. Alguien la mira sorprendido y se alegra por ellos. Se la muestra a la madre mientras charlan en la cocina y después la comenta con un corazón que late.

Una jubilada acaba de leer un posteo de su vecina de toda la vida. La bloquea. Acaba de decidir que no la va a saludar nunca más en la calle. Por vieja de mierda.

Una familia numerosa viaja en un pequeño bus. Se han ido juntos en uno de esos tour que van y vienen en el día. Son la mitad del pasaje, se ríen, juntan la plata para pagar, se hablan de asiento a asiento. Al fondo el abuelo se quedó dormido despatarrado, con las piernas en el pasillo. Desde la tercera fila le sacan una foto. El teléfono pasa de mano en mano, todos se ríen, comentan, y proponen cosas para hacer con la foto. Alguien la manda al grupo familiar.

Suena un reggaeton furioso en medio del velorio. El tío se apura a contestar el teléfono y sale afuera hablando bajito. Las tías abuelas no lo pueden creer, los primos se ríen a carcajadas, hasta hacer sonreír a la viuda. Todos coinciden en que el muerto, si estuviera vivo, también se habría reído.

Un hombre escribe en el teléfono. Va armando un relato poco a poco, hecho de mosaicos, de pequeñas imágenes que va sumando a medida que las ve. Cada tanto saca el teléfono y agrega un párrafo. «Uy, ya quedó muy largo» piensa, y la pública en una red social.

Alguien, en medio de sus cosas, lo lee hasta el final, sonríe y pone like.