Con permiso

Buraq

2-08-2020 / Con Permiso, Lecturas
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Un bicho raro y arisco, a medio camino entre un burro y una mula, blanco como el caballo de San Martín, pero con alas en el trasero y patas delanteras que pisaban más allá de donde llegaba la vista.


Buraq

Por Luciano Debanne.

Cuentan que contaba el profeta Mahoma que una noche estaba durmiendo lo más pancho en Masjid al-Haram y vino Gabriel, el arcángel que todos conocemos, y le metió varias patadas.

Contaba el mismísimo profeta: «mientras dormía en la sala norte de la Kaaba, Gabriel vino y me dio una patada. Me levanté pero no vi nada; por lo tanto me acosté de nuevo. Vino otra vez y ocurrió lo mismo, pero cuando lo hizo por tercera vez, me tomó del brazo, así que me levanté y fui con él a la puerta de la mezquita.» Habrá temido que lo siga pateando, vaya uno a saber.

Igual las patadas fueron lo de menos, porque algunos cuentan que aquella vez -u otra, total a los fines de esta historia es medio lo mismo- Gabriel lo agarró a Mahoma, le abrió el pecho desde la garganta hasta la verija, le sacó el corazón de cuajo y lo limpió con agua. Y después se lo volvió a poner, así como si nada.

Para que veas que no era joda el vínculo que tenía Mahoma con Gabriel.

Cuestión que aquella noche en La Meca, salen a la puerta los dos y afuera hay un bicho mágico, o santo, o fantástico, depende quien cuente la historia.

En lo que todos concuerdan es en que era un bicho raro y arisco. Una especie de caballo indómito que se llamaba Buraq.

Buraq estaba a medio camino entre un burro y una mula, y era blanco como el caballo de San Martín; pero éste tenía alas en el trasero, y sus patas delanteras pisaban más allá de donde llegaba la vista.

En la India cuando cuentan esta historia dicen que el bicho tenía rostro humano y era medio pavo… Pavo real, más bien.

Dicen que aquella noche Mahoma montó en el lomo de Buraq y que el animal lo llevó en un santiamén hasta Jerusalén.

Mahoma habló allí con otras gentes sabias, todos del palo, que ambientaban la noche de la ciudad sagrada.

Y como estaban a todo ritmo, esa misma noche también montado en Buraq, su flete celestial, enfiló para el infierno y todos los cielos, que según el Corán son siete.

A todos los infiernos y todos los cielos fue Mahoma, uno por uno, como quien se va de caravana de bar en bar, porque parece que aquella era una noche de esas.

Y ahí anduvo charlando con todos, rancheando y aprendiendo. Dicen que habló con ángeles y con demonios, con Moisés, con Juan el Bautista, con Abraham, con Jesús, y con el resto de la banda. Estuvo con la crema y con la lacra digamos.

Y al final final final estuvo ante la presencia de Al-Lah, o Alá como le dicen en las pelis, o sea diosito, que le mostró lo peor de lo peor y lo mejor de lo mejor, le tiró unas tareas, y lo mando de vuelta para el terruño, otra vez montado en Buraq.

Hay quienes cuentan que cuando Buraq y Mahoma emprendieron el viaje todavía en la tierra -antes de pasar por los infiernos y los siete cielos y hablar con todos- se cayó una botella llena de agua.

Y cuenta la historia que cuando volvieron de todo el recorrido alcanzaron a agarrar la botella antes de que se volcara el agua. No sé si cazas lo que te quiero decir: todo duró nada.

Fue una noche tan épica que hasta tiene nombre. La previa en Jerusalén es conocida como al-isra’, y la vuelta por los cielos y los infiernos es al-mi’raj.

Dicen algunos que Buraq es una metáfora del amor.

Y si uno repasa toda su historia, desde la forma hasta la tarea, medio que puede ser.