
Por Luciano Debanne.
Me distraje leyendo una noticia de naves espaciales y llegué tarde al trabajo.
O temprano, al trabajo que algún día voy a tener. Porque yo… Yo en realidad quiero ser astronauta.
Con mi casco con su vidrio de oropel reflejando la galaxia, y mi traje blanco de nombre bordado en el pecho (pero escrito en chino, porque garpa más).
Y unos guantes gordos con pantallas y botones, tipo led.
Quiero mirar la luna desde arriba para ver qué hay atrás.
Plantar una sombrilla en los planetas más cerca del sol, y tomarme ahí un amargo serrano con hielitos mirando cómo atardece, extrañando una pelopincho y un cielo azul.
Quiero vivir en un domo gigante y cultivar papas negras e interplanetarias, en tierra hecha con caca de lombrices de por acá nomás. Y mandar mensajes a casa orientando una antena satelital, tipo budinera estelar.
Y tener una perra que se llame Laika cuidándome los talones, porque no hay futuro si uno no se acuerda de saber qué pasó atrás.