Por Luciano Debanne.
Ahora mismo hay un atisbo de siesta veraniega alumbrando la vereda.
Con esa pequeña lejanía que propone el verano a las cosas, con ese aplomo que contagia la siesta cuando hace calor.
Y es como si yo sintiera en el aire las carcajadas de pelopincho de la infancia, las charlas viejas en los campos de la amistad, el ronroneo del amor cuando se mezcla con los paisajes de lugares lejanos.
Todo enredado en la madreselva que brilla verde del otro lado de la ventana.
Imagino que ahora mismo otros ríen, charlan, viajan y se acurrucan desnudos.
Imagino que ahora mismo alguien amasa alegre y despreocupadamente sus recuerdos del futuro, los riega como riego yo la madreselva.
Como quien da forma a la vida, mientras afuera desparrama su gloria de rescoldo y luces, enfermo de estío, el sol.
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Mirarse el ombligo, hoy
Esa condición inigualable de ser tierra y al mismo tiempo mano jardinera; cuidando lo que crece, y siendo, simiente, condición de posibilidad.
Un mundo incendiándose
No alcanzan nuestras manos. No alcanza nuestra buena voluntad. No alcanzan nuestros cuerpos sumados de uno en uno en medio del remolino ígneo de la desigualdad.
