Por Garba.
Que nunca nadie te convenza de renegar de tu bandera.
Que jamás nadie te persuada de que está perimida.
Subo al avión para volver a casa y leo el nombre de nuestro país en las alas de vuelo, en los bordes de las mangas, en los asientos, en los pasillos.
No es una cuestión de finanzas, es la defensa nacional.
Le digo a la azafata: gracias por llevarme a casa, a sabiendas de que mi hogar es toda la patria.
Un país hermoso, caótico, lleno de gente buena, que vive, trabaja, sueña, crea y late.
Un país que recibe y da cobijo, donde muchas personas llegan para poder estudiar, para no morirse en la calle privatizada de la desesperanza.
Nosotrxs tenemos un país, y eso es un tesoro.
Tenemos una nación que nos pertenece, que nos hermana de maneras maravillosas.
En el aire, se parece más a las pinturas de García Uriburu o a los bordados de Analía Gaguin.
En el aire las ciudades son nimias y el cielo nos acomoda en su colchón de cumulus limbus.
A veces, tener el privilegio de alejarse del suelo nos ubica mejor en el valor de la tierra que tenemos, del monte que respiramos, del agua que creemos infinita.
Ojalá que la alegría de aterrizar de nuevo, de llegar a dónde sea que lleguemos, nos mantenga alertas en lo importante y defendamos con amor nuestra capacidad de salto y nuestra aventura en cada pisada.
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