Por Luciano Debanne.
Acarrea, como cadenas, su pena orillera por los márgenes de la cañada.
Grita, roba, ríe, llora. Se burla de los señoritos, insulta a las niñas bien.
Blasfema en la ciudad donde la gente camina almidonada bajo la sombra que las cruces proyectan en las veredas.
Miedo y burla, desprecio y fascinación.
Unos trapos negros cubriéndole el cuerpo maltrecho.
Su indignación fulgurante frente al desprecio hipócrita de esa sociedad que ignora, pero aprovecha, las miradas nacidas y criadas en el abrojal.
La cabeza desnuda, pelada.
Hija de la noche malandra. Fantasma hembra del pueblo nuevo.
Pesadilla de la ciudad que sigue siendo cada vez que la oscuridad extiende su manto, aunque mire deslumbrada sus nuevas pantallas donde algunos viejos miedos parecen ya no ser.
Notas relacionadas
Mirarse el ombligo, hoy
Esa condición inigualable de ser tierra y al mismo tiempo mano jardinera; cuidando lo que crece, y siendo, simiente, condición de posibilidad.
Un mundo incendiándose
No alcanzan nuestras manos. No alcanza nuestra buena voluntad. No alcanzan nuestros cuerpos sumados de uno en uno en medio del remolino ígneo de la desigualdad.
