
Por Luciano Debanne.
El verdadero milagro no es renacer, porque eso es consecuencia.
El milagro es que contra todo pronóstico, toda especulación, contra el riesgo de enfrentar al poder sanguinario que mata y tortura públicamente como escarmiento y mensaje; contra lo que manda el sentido común, y los consejos razonables; contra el miedo que frena la mano y empuja a la inacción; contra todo y a pesar de todo, hubo quienes se deslizaron en la noche hasta la cueva y sacaron el cuerpo para apiadarse de él.
Y en ese acto confirmar que dejaba de ser un sufriente, muerto, para ser un eternamente vivo; confirmaban que incluso siendo hombre se puede ser dios, eterno, múltiple, capaz de regresar infinitamente. Siempre presente como pasado, futuro y posibilidad.
Todo gracias a que hay quienes creen, y confían, y arropan una esperanza, y hacen de esa posibilidad una acción sin cálculo.
El milagro es que hubo quienes decidieron que ese muerto era algo más que un muerto más, y actuaron en consecuencia. Y en ese acto hicieron de su creencia algo real.
El más humano de los milagros: el coraje de hacer que hasta lo imposible sea, eventualmente, una realidad.