Por Garba.
Cuando iba al secundario, una mañana que salimos antes nos fuimos a la Scala, la heladería de la esquina del cole, a perder el tiempo y comprar un helado entre cinco.
Ahí estaba al sol en el banco de plaza que el negocio tenía al frente.
Al lado, como pasaba en el barrio, un vecino en su sillita de afuera oyendo la radio.
La radio entrevistaba a Hebe, Madre de Plaza de Mayo. Alguien la elogiaba justo en la presentación y el hombre se metió a buscar el agua del mate y dejó la radio prendida, la sillita y la puerta abierta. Cruzó la cortina de tela que tenía para que entrara viento pero no sol y dijo: me cuidan la radio chicas.
Hebe contestaba los halagos con un: «Nada que ver, nosotras éramos ciegas. Mi hijo se agarraba conmigo con muchos temas, yo estaba en babia de lo que pasaba. Una vez, él había empezado la facultad y le daban algo o iba a una charla y necesitaba estar de pinta. Lo veo salir de su pieza con un saco clarito que tenía arreglados los codos con unos parches. Me acuerdo que le dije: ponete el saco nuevo del egreso. Me dijo que ya no lo tenía, que se lo había dado a un compañero de un barrio que se casaba. ¿Por qué no le diste éste?, le pregunté. Porque para dar hay que dar lo mejor ma. ¿Se iba a casar con un saco con remiendos? Eso me enseñó mi hijo, así eran nuestros hijos luchadores.»
En la radio se oyó un silencio y Hebe que se quebraba, cosa rara en esta mujer grande y guerrera de pañuelo blanco.
Volvió el don con el mate, la radio seguía con otra cosa y me preguntó qué dijo.
Dijo que hay mucho para hacer, pensé, pero no se lo dije.