Por Luciano Debanne.
Cuentan que contaba el profeta Mahoma que una noche estaba durmiendo lo más pancho en Masjid al-Haram y vino Gabriel, el arcángel que todos conocemos, y le metió varias patadas.
Contaba el mismísimo profeta: «mientras dormía en la sala norte de la Kaaba, Gabriel vino y me dio una patada. Me levanté pero no vi nada; por lo tanto me acosté de nuevo. Vino otra vez y ocurrió lo mismo, pero cuando lo hizo por tercera vez, me tomó del brazo, así que me levanté y fui con él a la puerta de la mezquita.» Habrá temido que lo siga pateando, vaya uno a saber.
Igual las patadas fueron lo de menos, porque algunos cuentan que aquella vez -u otra, total a los fines de esta historia es medio lo mismo- Gabriel lo agarró a Mahoma, le abrió el pecho desde la garganta hasta la verija, le sacó el corazón de cuajo y lo limpió con agua. Y después se lo volvió a poner, así como si nada.
Para que veas que no era joda el vínculo que tenía Mahoma con Gabriel.
Cuestión que aquella noche en La Meca, salen a la puerta los dos y afuera hay un bicho mágico, o santo, o fantástico, depende quien cuente la historia.
En lo que todos concuerdan es en que era un bicho raro y arisco. Una especie de caballo indómito que se llamaba Buraq.
Buraq estaba a medio camino entre un burro y una mula, y era blanco como el caballo de San Martín; pero éste tenía alas en el trasero, y sus patas delanteras pisaban más allá de donde llegaba la vista.
En la India cuando cuentan esta historia dicen que el bicho tenía rostro humano y era medio pavo… Pavo real, más bien.
Dicen que aquella noche Mahoma montó en el lomo de Buraq y que el animal lo llevó en un santiamén hasta Jerusalén.
Mahoma habló allí con otras gentes sabias, todos del palo, que ambientaban la noche de la ciudad sagrada.
Y como estaban a todo ritmo, esa misma noche también montado en Buraq, su flete celestial, enfiló para el infierno y todos los cielos, que según el Corán son siete.
A todos los infiernos y todos los cielos fue Mahoma, uno por uno, como quien se va de caravana de bar en bar, porque parece que aquella era una noche de esas.
Y ahí anduvo charlando con todos, rancheando y aprendiendo. Dicen que habló con ángeles y con demonios, con Moisés, con Juan el Bautista, con Abraham, con Jesús, y con el resto de la banda. Estuvo con la crema y con la lacra digamos.
Y al final final final estuvo ante la presencia de Al-Lah, o Alá como le dicen en las pelis, o sea diosito, que le mostró lo peor de lo peor y lo mejor de lo mejor, le tiró unas tareas, y lo mando de vuelta para el terruño, otra vez montado en Buraq.
Hay quienes cuentan que cuando Buraq y Mahoma emprendieron el viaje todavía en la tierra -antes de pasar por los infiernos y los siete cielos y hablar con todos- se cayó una botella llena de agua.
Y cuenta la historia que cuando volvieron de todo el recorrido alcanzaron a agarrar la botella antes de que se volcara el agua. No sé si cazas lo que te quiero decir: todo duró nada.
Fue una noche tan épica que hasta tiene nombre. La previa en Jerusalén es conocida como al-isra’, y la vuelta por los cielos y los infiernos es al-mi’raj.
Dicen algunos que Buraq es una metáfora del amor.
Y si uno repasa toda su historia, desde la forma hasta la tarea, medio que puede ser.