2 DE ABRIL

Nosotros los de entonces

2-04-2013 / Política y Sociedad
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A 31 años de la Guerra de Malvinas, los soldados siguen reclamando por sus derechos como ex combatientes.


Nosotros los de entonces

Por Marta Platía (*)

“Mire, ya han pasado 31 años de la guerra y todavía tenemos que andar pidiendo que nos reconozcan que estuvimos ahí”, dice con una sonrisa apretada Nicolás Castro: un hombretón de 50 años, la friolera de 8 hijos, y changuero cuando encuentra trabajo. Este padre incesante forma parte de un grupo de 43 ex combatientes que reclaman en Córdoba que se los reconozca como veteranos de guerra.

No son los únicos: hace dos años, la Justicia cordobesa confirmó como veteranos a otros 30 ex soldados en una causa conocida como “Arfinetti”; pero la resolución fue apelada por los abogados del Estado que presentaron un recurso extraordinario. “Habrá que seguir peleando”, dice Castro, solidarizándose con sus colegas.

Eduardo Domaica, la misma edad y el vocero de la agrupación que se apoya en la firmeza de su carácter, relata la historia de sus compañeros. Dice que “todos” pasaron los días y noches de la Guerra de Malvinas en la base de Comodoro Rivadavia donde estaba el Regimiento 8:

“A nosotros, como a miles de conscriptos, no nos cruzaron a las Islas pero nos la pasamos trabajando y esperando para ir a pelear en la guerra. También, como a todos, siempre nos decían que estábamos ganando. Y después perdimos de un día para el otro”.

Domaica había aprendido el oficio de panadero en su pueblo, Unquillo, y ni bien lo bajaron del avión fue “derechito a amasar para alimentar a las tropas”. A otros les tocó una bloquera; pero “todos” -recalca- cavaron trincheras y maldurmieron con la mochila siempre lista. La insuficiente pistola 11,25 a mano (un arma de sólo siete tiros), y el miedo royéndoles los nervios del entonces cuerpo joven.

Los nombres se suceden: “El Lito” Villatruz, que era un buen jugador de fútbol “y supimos que se suicidó”; “El Gordo” José Barrionuevo “que vive en Traslasierra y la pelea día a día”; y Carlos Alberto Tulián “que los fue convocando uno por uno veintipico de años después”. Pero uno de ellos es quien más los preocupa. O más precisamente, el cuerpo de uno de ellos: Nicolás, a quien todos llaman “La Nona”. Él les provoca alarma y el desasosiego cada vez que la tormenta de la epilepsia lo asalta. “Pasa cuando estamos reunidos, cuando está en su casa, a veces en el trabajo. Eso es casi inevitable”, lamenta Domaica.

Cada día, “La Nona” sale temprano en busca de “algo para parar la olla”. No siempre tiene los remedios para evitar los ataques. A veces “pasa de largo sin comer, para llevar algo a la casa. Es casi una bomba de tiempo viviente”, repiten sus compañeros en una de las tantas reuniones que hacen todos los meses: una metáfora que les surge espontánea, y no es otra cosa que la concreta angustia de lo que no puede controlarse.

El propio Nicolás memora su historia, taza de leche de por medio, en un barcito del barrio de Argüello. Habla de su niñez y adolescencia en los campos de algodón en Serrezuela, en el norte cordobés; de la escuela que nunca fue, y del servicio militar que le llegó -guerra incluída- sin importar el Mal de Chagas ni las convulsiones. “Me acuerdo cuando nos cargaron en La Chancha (así le llama al avión Hércules) y nos bajaron en la pista de Comodoro
Rivadavia, no podía creer el friazo y el viento que hacía”.

Junto a una de sus hijitas, “La Nona” también habla de su hoy. De cuando a veces oculta su mal para conseguir trabajo: especialmente los que implican andamios y alturas. Dice que está acostumbrado. Que incluso lo hablan despacito, de noche, con su esposa. “Si me caigo, viejita, tenés que seguir…”, le dice. “Peligrar la vida” por una changa para que los suyos sigan viviendo. Eso es lo que hace, dice. Y se mira las manos enormes, oscuras.

Mientras, Eduardo Domaica cree lo que todos: que Nicolás, como muchos veteranos enfermos, “no deberían estar penando por sobrevivir”. Y se enoja. Reclama: “Nosotros nos organizamos para que nos reconozcan como lo que
somos: veteranos de guerra. Como muchos no estuvimos en las Islas porque la guerra terminó pronto. Pero ése también hubiera sido nuestro destino. Y aunque no nos hayan llevado a las islas, nosotros la peleamos cada uno desde nuestros
puestos. Es increíble que todavía tengamos que andar explicando eso”. (**)

Cita entonces lo que todos parecen saberse como un credo: el artículo 43 de la Convención de Ginebra de 1949: “Las Fuerzas Armadas en un conflicto se componen de todas las fuerzas, grupos y unidades armadas y organizadas. Salvo aquéllos que formen parte del personal sanitario o religioso, todos son combatientes”.

El “43”, como le llaman, es uno de los principales argumentos que utilizó el abogado que los representa. Pero es también el principio que “nos abarca a todos. Nos nombra como lo que fuimos antes y lo que somos ahora, veteranos de guerra -refuerza Domaica-. Confiamos en que la Justicia entenderá al fin. Nadie pide nada que no sea un derecho. El Estado nos buscó cuando nos necesitó. Ahora pedimos que nos reconozca”.

 

(*) Periodista argentina. Ejerce el oficio desde hace 27 años. Escribe en el diario Página/12. Se desempeñó como corresponsal del diario Clarín en Córdoba, medio en el que publicó desde diciembre de 1992 hasta octubre de 2011. Trabajó en el diario Córdoba y en varias radios de la provincia.

(**) En 1983, el Ministerio de Defensa consideraba veteranos de guerra a unos 12.400 soldados que pasaron por las Islas Malvinas y a otros 16.900 por lo que se llama el Teatro de operaciones del Atlántico Sur (TOAS). Ahora, el número asciende a 25 mil.