Astilla

Viento Sur

4-11-2021 / Astilla, Lecturas
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Adela vivía en un departamento de una ciudad cualquiera, de dos dormitorios que daban a un patio grande con piso de damero. Hacía nueve años que vivía con Miguel.


Viento Sur

Por Garba.

Adela vivía en un departamento de una ciudad cualquiera, de dos dormitorios que daban a un patio grande con piso de damero. Hacía nueve años que vivía con Miguel.

Arriba, una vecina grande que todas las noches ponía fuerte la tele para ver a Susana, salía a regar sus azaleas y se acostaba temprano.

Adela quería a su vecina como a una madre, y su vecina, que no lo había sido, quería a Adela con ganas, no de maternidad, sino de compartir sus años, sus flores, su café, sus pronósticos del tiempo.

Miguel trabajaba desde las seis y volvía a la casa pasado el mediodía. Le gustaba que todo estuviera listo para cuando llegara. Para eso trabajaba, decía cada mediodía al sentarse a la mesa.

Adela no sabía cuándo fue que perdió la sonrisa que llevaba en la cara cuando se mudaron juntos.

Quizás fue cuando comenzó a obligarla a doblar las toallas en cuatro. O cuando dejaron de invitar amigos para no tener público en las discusiones.

Capaz que fue porque ya no tenía ninguna gana de acostarse con un hombre que calculaba hasta los días de ovulación con un anotador.

O tal vez fue el viento sur.

La falta de fe en sí misma, la culpa de haber elegido mal, la vergüenza de fracasar, la escasez de vivienda, el miedo, la costumbre o el poco coraje, todo eso o nada de eso, pudieron haber sido factores para que Adela siguiera allí.

Disfrutaba mucho la mañana. Cosía almohadones de colores con la máquina en el patio, el sol le daba en la cara, y su vecina ponía viejos tangos de la am.

Cocinaba cantando y salía a hacer las entregas en bicicleta.

Era joven y ágil.

Cuentan quienes cuentos cuentan que el viento sur, cuando aparece de golpe, enfría y da vuelta todo.

También cuentan que logra milagros.

Un sábado al mediodía se encontró Miguel con la casa ordenada, las toallas dobladas en cuatro y un silencio que partía la tierra.

Faltaba la vecina, las plantas, la máquina de coser, y Adela.

Hay en Santa Fe, en Las Parejas, una casa sencilla llena de azaleas al frente que vende almohadones bordados y de la que se escucha salir a toda hora tangos viejos con ruido de radio am.