Por Garba.
Voy a hacer una lista de las rutinas que necesito para sostener un ánimo promedio.
Algunas tareas insignificantes, que sin embargo, sean colchón en tiempos tan de ruinas.
Amanecer temprano para ver el sol, respirar fuerte y darme una vuelta por las plantas que crecen.
Llevar en este proceso una canasta, la pinza de podar toda cosa, y una caja para nuevos amuletos.
Volver a la cocina, llevar a frascos con agua los gajos, dejar que la pava, los yuyos, la bombilla y la panela se encarguen del calor inicial de las mañanas de mate, cómo si no.
Caminar para poder salir de la trivialidad que nunca se escribe en los diarios íntimos.
Caminar para despejar la cabeza y para andar en fantasía.
Caminar para conseguir buena verdura.
Caminar para conocer gente nueva, que salude sin dudarlo a los desconocidos.
Coleccionar piedras, meterlas en agua varios días y limpiarlas con cepillo, darles rango de piedras preciosas e inventarles propiedades como el magnetismo, la reciprocidad y el cambio de paradigma.
Tomar apuntes sin ningún orden y dejarlos a mano para volver a leerlos.
Cantar como si explotara la platea, cantar para entibiar la voz, cantar para que oiga el río y lleve la canción a otras orillas.
Seguir haciendo canciones propias aunque no sea negocio cantarlas una misma.
Enumerar varias muchas más rutinas por si las primeras fallan y las segundas se ven atravesadas por un trámite, un duelo, otra discusión o un escape de gas butano.
Todas caerán en desuso si en el camino la alegría se apodera del aire, se mete en el cuerpo, se hace trabajo, esperanza, oficio, flor, afinidad, carcajada, orgasmo, convite o brazada de nado de verano.
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