
Por Garba.
Misiadura, qué palabra bonita.
Lo sé, muy antigua, lunfarda y triste. Pero qué palabra que dice un montón con su sola mezcla de cuando lo miserable perdura.
Otras palabras que añoro: nimio, silogismo, catarata, proveduría, escándalo, espéculo, escalpelo (un trío familiar estas últimas) cofradía, sultán, peripecia.
Me quedo suspendida en el recuerdo de cómo aprendí a decir nimio, nimia, nimiedad.
Estaba metida en el amor, el taller, las artes y los descubrimientos y habitaba con frecuencia la casa de alguien tan egoísta como entrañable. Escribíamos frases en las paredes con las mismas carbonillas con las que bocetábamos los misioneros gruesos.
Una mañana, tras el frenesí y los abrazos, preparando el mate, leo en la pared de la cocina una frase pretenciosa y difícil sobre el nihilismo y lo nimio. La había escrito una de sus antiguas novias, una chica petisa y exótica, sufrida y marginal, llena de nube de tormenta, una chica que casualmente se llamaba como la lluvia que amanece.
Me quedé parada tratando de deducir qué significaba aquello y cuándo se había sumado esa frase a la decoración. Tardaba demasiado, dije en voz alta: ¿por qué nimia? y sobrevino el silencio de radio de las pistas descubiertas cuando se tienen tantas ventanas abiertas.
La sonoridad de las palabras en muchos casos juega una broma a sus significados. Digamos divertículo sin pensar que es algo divertido, por ejemplo, salvo cuando la leemos en los resultados de nuestros estudios médicos.
Los idiomas, los modismos, las curvas del lenguaje, su sentido ampliado, su poética provocadora.
¿Quiénes inventamos la manera en la que hablamos?