Astilla

Los silencios del mate

25-02-2021 / Astilla, Lecturas
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Mi tía Estela vivió hasta los 31 en un rancho perdido de Quilino. Nunca supe por qué. Otro de los silencios de las familias. No sabía de escuelas ni letras. Era petisa como un suspiro. Hablaba poco y se vestía sencillo.


Los silencios del mate

Por Garba.

No tengo fotos de mi tía Estela. Tal vez sea bueno eso, porque cuando la recuerdo, las imágenes siempre tienen borde de hornalla, mate de lata cachadito abajo.

Mi tía Estela vivió hasta los 31 en un rancho perdido de Quilino, en Córdoba, Argentina.

«Hermosa vida tenía», decía. Hablaba poco. Cuidaba a la tátara de la familia que vivió 115. Sí, agárrense que mis ancestrxs dicen que somos de durar. El tío Juan vivió entre tres siglos, la tátara 115.

Cuando lxs hermanxs decidieron que era cosa de locos que la viejita brava estuviera allá lejos, sana y fumando puros en el monte, vaya a saberse lejos de qué, se la llevaron para la ciudad de Buenos Aires y con ella a la tía Estela, que la cuidaba y allá hasta tenía un novio bueno.

¿Por qué la tía Estela vivía allá? Otro de los silencios de las familias. No sabía de escuelas ni letras. Era petisa como un suspiro. Me quería mucho. Se le llenaba de alegría la cara cuando entrábamos a la casa de mi abuela que siempre estuvo así, tan humilde y divinamente llena de tías viejas, batones y sillas que no hacen juego, y patio con palanganas y cortinas de tela en las entradas de las puertas.

La recuerdo a la tía asomándose apenas de la pieza del fondo que hacía de comedor de todos los días.

Cebaba los mates más ricos del mundo. Siempre la pava al fuego bajito, nunca se lavaban, y estaban dulces, como ella.

No le salía el nombre de mi hermana, nos reíamos cuando le decía Grabieeeeeelita.

Se vestía sencillo, como india que llegó del rancho pero no dejó el terrunio. Se ponía una horquilla al costado del pelo, me encantaba verla arreglársela. Te tocaba con esas manos de tierra adentro y sabías que el amor sí tiene forma. Y trasca te daba esos mates.

La tía Estela se murió un verano. No me dejaron verla en el hospital, ni en el velorio. Madre decía que esas imágenes no se te van más de la cabeza, y que la recordemos como era. Y yo que soy de hacer caso en esas cosas, la recuerdo.

Cuando algunas personas me dicen que no soy de acá porque me falta acento, yo me río, me guardo el silencio del mate, me acomodo la horquilla, vuelvo a la hornalla a sacar la pava para cebarme otro, dulce como la tía, con yuyitos como los de Quilino.