
Por Garba.
Se llamaba Valeria.
Se llamaba Sofía.
Se llamaba Margarita.
Y no nos olvidemos de Anahí que aún no aparece.
Se llama Tehuel, y se ha esfumado de la tierra, nadie le encuentra.
Se llamaba Alcira y salió a comprar unas ojotas para su hija que se iba de campamento.
Se llamaba Maricel.
Se llamaba Sofía, no es la misma que la otra. Fue travesticidio.
Se llamaba Laura, se llamaba Mariana, tenía dos hijas y un perro maltés.
Se llamaba Marita y desapareció en Tucumán.
Se llamaba Lis. La conocí porque era amiga de una amiga.
Se llamaba Celia, hubiera sido la abuela de mi amiga del alma. Pero su marido la mató frente a sus hijos cuando era una piba y no pudo ser nada.
Todos los días agregamos un nombre más a esta lista interminable.
Nos matan un poco a todas cada vez que matan a otra.
El femicidio de todos los días.
Trato de no olvidar los nombres, de repetir que atrás de cada uno hay una persona con la historia detenida.
¡Pero son tantos! ¡Son tantas! Y hacemos marchas, pedimos justicia, salimos a las calles, hacemos guardias en los barrios, nos formamos, intentamos socorrer a otras, damos talleres, generamos círculos de charlas, hacemos denuncias, nos encerramos y vivimos con miedo, escribimos libros, pintamos pancartas…
Pero nada cambia.
Porque los femicidas son hombres.
Y siempre las locas, las extremistas, las desquiciadas, las feministas, las compañeras, las que intentamos todo para que no pase, las socorristas, las madres, las hijas, las travas, las tortas, las hermanas, siempre, siempre, siempre…
Llegamos tarde.