Por Garba.
Es costumbre oriental antes de terminar el año (que es por el enero nuestro) limpiar toda la casa, sacar cada cosa de donde esté guardada, limpiar todo, mover todo y sobre todo volver a decidir si sigue siendo necesario cada objeto.
Lo que en ese año no se movió del estante, del placard, del escritorio, del corazón, se va de la casa.
Aquello que sigue teniendo sentido, se vuelve a guardar, se acomoda en cada rincón.
En este sacudón hay algo dentro que también se mueve, se oxigena, se renueva.
Es una tarea ardua y deja el efecto dominó de ese devenir para que todo aquello que no suma, deje de ocupar un espacio valioso.
Lindo, ¿verdad?
Un trapito, una escoba y a barrer con las relaciones que agotan, los trabajos que pesan como piedra de Tandil, las expectativas que acumulan decepciones, las tazas rotas, los cubiertos demás, los trapos viejos, las mantas percudidas, las agendas llenas de gente que nunca jamás vendrá a sostener el amor.
Es que los últimos días del año parecen traer un viento de balances, un eco de ilusiones postergadas. Con tanto cachivache emocional dejamos la limpieza para el año que viene, sin notar que la vida es, en todos los casos, tan sólo una respiración.
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