Por Garba.
Lía se llama Lía.
¿Siempre se llamó así?
Bueno no.
Hubo una época en la que a Lía le habían cambiado el nombre y a su hermana Ada también.
Como Lía llevaba consigo su propia rebeldía, cuando la maestra del nuevo colegio le preguntó «¿Cómo te llamás?», Lía dijo revoleando los ojos: Karina, pero me llamaba Lía antes.
Su madre fue a la escuela para aclarar esta diferencia, respondiendo que se llamaba Karina, pero que le gustaba jugar a cambiarse de nombre.
En la casa le explicaron, como les salió, que no podían decir sus nombres verdaderos, menos sus apellidos, y que por eso mentían sobre el incendio del departamento en el que habían perdido sus documentos, que por un tiempo se debería llamar Karina o Estela o Ángela, y se cambiarían de domicilio como de camisa, las veces que hicieran falta para mantenerse a salvo.
A salvo de qué, se preguntaba Lía.
A Lía y a Ada les gustaba decirse en secreto: Me llamo Lía. Me llamo Ada.
Se juntaron cada noche en una misma cama, con el acolchado como techo de carpa, hasta que volvió la democracia, repitiendo sus nombres 30.000 veces para no olvidar.