Por Garba.
Hace días que da vueltas en mi cabeza la imagen del personaje que Tom Hanks interpretaba en la película «La terminal».
Un hombre que se había quedado sin patria y no tenía a dónde volver.
Lo insólito y solitario de un exilio sin boleto de regreso.
Es que el país que tenemos, ¿podría desaparecer?
Un eterno caerse de las escaleras, sin baranda ni mano que te asista, da permiso a esas preguntas imposibles:
No se puede vender a una persona…
¿Por qué no se puede?
La educación pública…
¿Para qué estudiar?
Los hospitales son gratuitos porque…
¿Por qué tenemos que ocuparnos de la salud?
Cuando alguien no tiene…
¿Por qué no dejar a cada argentino condenado a su suerte?
Y ese horrendo fantasma del merecimiento que deja afuera siempre a los mismos.
En las profundidades del olvido, no sería entonces tan difícil desaparecer.
Es lamentable, da impotencia, muchísima gente se pone ella misma sus anteojeras para no abandonar la comodidad del entretenimiento.
Se resucitan, en pos del sentido común, los viejos discursos de odio de un estado que tantos muertos dejó caer de los aviones, tiró a las calles, encerró en centros clandestinos, mandó a una guerra suicida…
La historia parece diluirse.
Se cambian los números, se endulzan a los demonios.
Volvemos a discutir si el planeta es redondo o la democracia es posible.
Se normaliza el desamor al pueblo.
El pueblo, ¡otra mala palabra!
¡El peronismo! Un insulto a la gente bien.
¿Por eso será que vuelve a mí la historia de ese hombre?
En el limbo de nadie, repitiendo sus días encerrado en la terminal del aeropuerto del país perfecto, solo, ¡tan solo!
Esperando que un milagro lo devuelva del destierro.
Nosotrxs tenemos una Argentina hermosa.
No la terminemos de romper.
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