Por Facundo Martínez | fmartinez@redaccion351.com
Foto: Gabriela Ameri
En el día de su cumpleaños, la Dama con más poder y carisma se paró en el balcón de su torre inmaculada y tuvo una ocurrencia mientras agradecía a su pueblo todos los festejos en su honor:
“…Mañana, hombres y mujeres declararán su amor. Todos están obligados a escribir poemas, cantar canciones, regalar flores, y hacer cuanto puedan para conquistar a esa persona que aman, y aún no lo sabe. Y aquellos que estén casados o de novios, renovarán su romance con flores, escribirán poemas, cantarán canciones, y harán cuanto puedan para recordarle a su pareja qué tanto están felices de estar juntos”.
La felicidad se movió como hormigas de escalofríos en las espaldas de los jóvenes, de los adultos y de los ancianos que sonrieron y se fugaron a idear las formas más sorprendentes para demostrar cuan grande es el amor de cada uno.
En una jornada exhaustiva se vio a Arquitectos diseñando estructuras enormes, Aviadores con llamativos carteles, Jardineros con flores exóticas y Músicos con los acordes invertidos jamás escuchados. Artesanas con piedras preciosas y esculturas radiantes, o Pintoras con trazos y lienzos llenos de hiperrealismo de romance.
El júbilo y las camas ardieron, las almas invadidas de cariño, la inmensidad de los sortilegios en su justo resultado; las brujas averrugadas y parlanchinas silenciaron sus resentimientos con besos de doncellas adolescentes. Incluso los niños mandaron avioncitos de papel de una ventana a la otra con un “te quiero”, “yo también”. O “¿querés que mañana juguemos al doctor?”.
La Reina, que observaba desde lo alto del ventanal, se abrazó al sentir un fresquito inesperado. Se refugió de ensueño, inmaculada, y aún tibia se acostó a morir de amor porque no había llegado a su palacio ningún regalo, ni sorpresa ni serenata. Ninguna declaración de amor de ningún enamorado.