Por Garba.
Llegaba con el tiempo justo a una reunión de trabajo y al cruzar la plaza San Martín, veo un tumulto.
Un hombre grande yacía en el piso, de costado, sin reacción a la vista.
Dos policías revisaban sus cosas, abrían un bolso que estaba casi a su mano, le hurgaban entre aquello que parecía ser su todo mundo.
Porque el hombre sucio, pegado al suelo, vivía en la calle, probablemente en ese mismo espacio.
Una ambulancia estacionaba sin ningún apuro y por algo en el aire, comprendí que ya era tarde para rescatarlo
de la muerte,
de la calle,
de la indiferencia,
de la mugre,
del olvido,
de sí.
Continué el día ajetreado que era el final de otros viajes con encuentros y tanta vida que en esa persona ya no había.
Un reloj detenido en el más absoluto anonimato.
¿Cómo decirle a estas horas, que pienso en él? ¿Que improviso un pequeño ceremonial?
¿A dónde van los corazones sin luz?
¿A qué hendidura, intersticio, grieta?
¿A cuáles brazos de dios?