Por Garba.
La sabiduría de la vida es, en resumidas cuentas, un colador chino.
Esta máxima me la dijo Marta hace muchísimos años, cuando yo era una niña apenas salida al mundo y tenía un optimismo que ella miraba con ternura.
Había paseado por varias carreras y llegaba a Bellas Artes pasados sus treinta, emigrando de un pueblo horrible, frío, muy al sur, de paisaje liso y nublado, con viento permanente.
Cada año que pasa su frase cobra una significancia supina.
Voy abandonando filtros que no filtran casi nada hasta llegar a este punto, ideal a mi juicio (y tras pandemia ni que recordarlo), en el que si algo o alguien ha logrado colarse por el colador chino, mínimamente vale el escurre.
Que haya poco y ese poco que sea bueno, que haga reír, o vibrar, o dé dinero.
Que si no suma no reste y que pueda volver a pasar por el colador las veces que hagan falta.
¿La corrección política?
Al colador.
¿Las relaciones históricas?
Al colador.
¿Los mandatos familiares?
Al colador.
¿Las elecciones para siempre?
Al colador.
¿La vecindad?
Al colador.
¿Las geografías?
Al colador.
¿Aquello que me gusta?
Al colador.
¿La curiosidad?
Al colador.
¿Las certezas?
Al colador.
¿Las tristezas?
Al colador.
¿La muerte?
Al colador.
¿Mis propios apotegmas?
A la basura.
¿Y la basura?
Afuera.
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