
Por Garba.
La casa no se ve de afuera, se asoma un hombre oscuro como la noche, oscura su ropa, oscura su piel.
Me invita a pasar, que su padre estaba en la cama enojado porque se está haciendo de noche y yo no llego.
Me pide la credencial para ver que no sea una impostora.
Le explico que mejor afuera de la casa.
Insiste en que sea en la cocina así su padre puede responder porque él no puede.
Me siento en una parte de un descampado donde hay tachos y ladrillos y dos sillas de plástico remendadas con abrochadora.
Sale de atrás de una cortina un hombre aún más viejo y roto, visiblemente roto por una existencia de roto.
Me invitan a pasar y entiendo que la cocina es allí, a la intemperie.
Me contestan cada pregunta. Nos reímos mucho cuando pregunto en voz alta lo del wifi de la casa.
El hombre que me abrió la puerta es infantil, está contento pero lo quiere disimular. Toda una vida defendiéndose del mundo, espera con su dni en la mano.
En cada pregunta me piden que les explique.
Cuando llega el turno del hijo, el padre dice que es analfabeto. Él lo corrige con vergüenza que fue a la escuela pero que dejó en primer grado.
Me da su documento para que vea su fecha de cumpleaños porque no sabe.
¿Ahora ya me anotaron como parte de Argentina de nuevo? me pregunta ilusionado.
Sí, ya estás anotado de nuevo.
Sonríe y me da un abrazo.
Eso es el censo: que alguien te vea.