Por Juan Fragueiro.
En los ’80 algunos amigos de formato extraordinario continuaban encerrados en el placard, no por la comodidad del refugio sino porque aunque suene cavernícola, la sociedad era mooooy pesada y discriminaba consecuentemente a quienes evadían la norma de nene con nena. Por fortuna tuve muchos amigos de esos paladares, compartí con ellos un lento retiro de la adolescencia, cuando mi deporte era escribir poesías, pintar graffitis, pasarme noches enteras de putas y copas o dirigir una revista como Mundo Interior.
Cuando nos cruzábamos con Beto Esquinazi en las peatonales cordobesas, siempre me gritaba, donde fuera, “hoy no nos hemos tocado”, y se me venía a pique meta abrazo, lindo, fraternal. Pero la falsía de mucha gente era tal que alguna vez, subiendo las escaleras de la Galería Muñoz rumbo a Radio Universidad, uno me palmeó la espalda y me dijo: “Juan (nótese la ausencia del diminutivo), dime con quién andas y te diré quién eres”, haciéndose el macho cabrío o el afamado Minotauro (y de resultas años más tarde no hubo necesidad de confesión alguna para que todos supiéramos que él también gustaba de mí).
La cuestión es que una tarde me llama por teléfono el queridísimo Beto Esquinazi, pidiéndome que fuera a los estudios de la radio porque iba a haber una conferencia de prensa para recibir a Alfredo Alcón y quería que Juancito (el Beto me llamaba Alfredito, para marcar la diferencia) fungiera las veces de moderador en vivo. El estudio estaba repleto de periodistas de toda laya y pelaje, porque el Beto era un tipo limpio, muy puro y algo ingenuo. Yo le decía, ¿pero vas a dejar que esté fulano sentado ahí? ¿Y a esta mengana que te tira mierda en el canal también le damos una banqueta? Y Beto dale que va, que sí he dicho, Alfredo Alcón es de todos.
La entrevista fue dentro de todo emocionante y muy educativa para todos, duró más de una hora y media; ya a las tres de la tarde el actorazo se quejaba de hambre. Así fue que nos sentamos en una mesa de la trattoria Il Gato (muy cerca de la radio, sobre la General Paz) y comimos y bebimos como beduinos mientras la charla pasaba del Teatro Colón a Norma Aleandro, de Miguel Iriarte a la Comedia Cordobesa… Alcón se interesó por mis escritos que, según le había contado Beto, eran potentes como una tonelada de trotyl adolescente y tenía que leerme y tenía que llevarse copias y tal y cual y mozo un té y dos cafés, y traeme un vaso de soda y dejá que la cuenta la pago yo.
Beto suspiró largamente como si quisiera decirnos algo y dale de nuevo con el té y los dos cafés pero ya cerramos amigo, y bueno… Vamos a estrenar mi bulín de soltero dijo, y yo como un párvulo encaprichado, me oí diciendo que ya es muy tarde y tengo cosas que hacer, ¿pero qué tenés que hacer Alfredito? Tengo que traducir Iam ibernas nocte bis quinque horas…
Y me veo como un reverendo estúpido poniendo pies en polvorosa mientras cuatro manos amigas me saludaban desde el interior de un taxi.
Y no, el tiempo no vuelve atrás.