Por Pablo Arietti | redaccion351@gmail.com
Fotos: Gentileza de Diego Vigna.
Y pensar que casi no vamos. Un auto es un artefacto interesante. Te lleva, te trae, te pone nervioso cuando se amontona con otros. Te amansa en caminos solitarios. Te genera gastos antipáticos, por ejemplo cuando se choca. Hay autos que se chocan solos. Saben que a la noche hay un recital que levanta el ánimo desde la mañana y se ponen de acuerdo para chocarse. No se puede ser feliz gratis. No y no. Hay que ser feliz con la puerta abollada, o con el gas cortado por el gasista barato que contrató el vecino o con la mancha de humedad que el albañil prometió haber erradicado; un hijo se puede golpear en el colegio; una obra social puede demorar un trámite. Un recital imperdible parece convertirse en el final de un videojuego (no de Play, de los de antes, esos que funcionan con fichas) al que se llega batallando contra obstáculos triviales pero imprevistos. Solución: Comprarse 25 fichas. Después de “Game Over”, elegir “Continuar”. Otra vez “Game Over”; otra vez “Continuar”. Tomar la armadura de la pista 15, viene la parte difícil, el monstruo de las 3 cabezas. Vuelan las vidas, “Game Over”. ¿Ah, sí? Otra ficha y antes de que termine la cuenta regresiva, otra vez “Continuar”. ¡Otra vez el monstruo de las 3 cabezas! ¡Morite monstruo! (no se dice “morite monstruo”, ¿no? Se dicen cosas más prosaicas: “Morite hijo de una gran…”) ¡Tomá esta! ¡Y esta! ¡¡¡Moriteeeeeeee!!! ¡Sí! Listo, final del juego. Derecho a La Fábrica a buscar el premio: Yusa en vivo. ¡Comienzo de otro juego! ¿Y el monstruo de las 3 cabezas? ¡No está! Son todos buenos.
Todos. Hasta los que ocupan las mesas. Silogismo: el público sensible a la belleza tiene alguna bondad en el alma. Yusa es una belleza. Su público es un merengue. Hay amigos, amigos de amigos y familiares de amigos. Algunos no están compartiendo una picada criminal. Tampoco la degustan o la disfrutan. No. Sin permiso del decoro y con permiso y envidia del cronista, se están “clavando” una picada criminal. Habrá que buscar un rincón detrás del sonido y pedirse algo para reponerse del monstruo de las 3 cabezas. Papas fritas cortadas a cuchillo con queso cheddar y cerveza helada. Levantemos el corazón. Lo tenemos levantado hacia el señor. Señor, yo no soy digno de romper las reglas, pero una palabra tuya bastará para fumar adentro. ¿Señor? No responde… A fumar afuera. De regreso, Marianela Chamella inicia la noche.
El repertorio es un paseo de aciertos, de oeste a este. Comienza del otro lado de los Andes con Lazo, de Víctor Jara. Emilio Pasquini, caballero de compañía, lleva a la versión de sus manos hacia las nubes. Sigue por los valles chilenos con Doña María, copla popular con música de Francesca Ancarola; con Fabricio Boretto en el tres, el set toma envión y sobre la rampa de la cordillera salta a Imposibles, de Fernando Cabrera. ¿Alguien todavía no escuchó a Fernando Cabrera? Uruguay, para decirlo fácil, la tiene atada con sus autores. “Imposibles” junta sus acordes con La camorrita de Carnota. Cuando los invitados del repertorio ya se aplauden entre ellos, asoma el negro Rada con Sud África canción antigua. En el final, Gabriela Mistral alla reggae. Estupendo saludo de bienvenida al número central.
Lugar colmado. Viene la frutilla del postre, ¡la mora negra del pastel! Hay un solo lugar en la Fábrica desde donde puede aparecer Yusa: bajando por las escaleras desde el primer piso, como una novia a punto de contraer matrimonio con todos los presentes. La guitarra, testigo de casorio, sabrá esperar que su compañera salude y detone risas. Sabe todo: el público se va a reír mucho porque el acento cubano, que nos hemos habituado a identificar con la pausa, se dispara en el sentido del humor de Yusa, incontinente. Es un gol de media cancha a los 2 minutos de juego. Un amigo dice: “¡Si esto arranca así, mamita, o mejor, mamacita la que nos espera!” El recinto tiene muchísimo que ver. Si los de la primera fila hubieran querido, con estirarse un poquito le habrían hecho cosquillas en los pies. Yusa les ve los gestos a todos. La luz no encandila. El formato del recital es el mejor posible. El ideal para sembrar el deseo de no encontrarle fin. Pero primero tiene que empezar.
Y comienza “A las doce”. La introducción a La número dos, bolerón del primer disco, ya nos tiene a todos tirados en el piso. “¿Qué por qué le puse ‘La número dos’? Bueno, porque en ese momento tenía dos canciones. ¡Ésta era la segunda!” El mismo placer de enumerar las obras podría mudarse al de contar los comentarios entre tema y tema. Ya sabemos eso de que la felicidad es un momento, más o menos efímero, de menor o mayor comunión. En el tercer tema, ya con el bajo de 5 cuerdas al borde de la internación en una clínica de rehabilitación para bajos con sobredosis de ritmos, la felicidad desbordante empujó a Yusa a confesar: “A ver… ¡Me pone nerviosa lo contentos que se ponen!” Y necesitó soplarse la nariz. Y pidió un “papel sanitario”. “¿Dónde está Raly? Ven Raly.” Mientras subía Raly Barrionuevo, supimos, otra vez entre carcajadas, cómo se conocieron. Compartieron Y te apareces, Niña Luna y Donde alguien me espera, con Yusa enamorada de la chacarera. Y César Elmo, estupendo en percusión, subiendo y bajando del escenario, y Marianela Chamella y Emilio Pasquini. Siguieron, luego de una introducción amansadora de fieras, No tengo otro lugar, París muy bien y La espera.
Más o menos en ese momento, cambiamos la perspectiva de la cobertura, suponiendo que fuimos a trabajar en la cobertura del recital. De apreciarla junto a la mayoría del público, de frente al artista, recorrimos un pasillito hacia el fondo para saludar a un par de amigos: Kevin, Matías, Manuela, Nadia. Ahí nomás el Raly, haciendo, de costadito, la segunda voz de Quédate, belleza de Kelvis Ochoa. Cerca, la gran Vivi Pozzebón, Héctor Tortosa y demás ilustres. Hay algo difícil de contar cuando presenciamos la actuación de un o una artista, desde su lado, frente al público. La disposición del cuerpo ante las miradas. La espalda que empuja hacia adelante, que sostiene la expresividad. Un lugar común, más frecuente entre quienes suelen rechazar las propuestas desafiantes de oídos medios, suele referirse a la valentía necesaria para pararse sobre el escenario. Yusa desafía, va al frente como ladrillo visto. Hace reír, cantar y bailar en “Conga Pasajera”, emociona, les saca aplausos a las palmas antes de que los espectadores decidan aplaudir.
El final de una noche de emociones llega un rato largo después del cierre. Luego de una charla trasnochada de política con Nadia y Fernanda, hay una mesa donde charlamos con Yusa y varios más. Tortosa me corrige. La primera presentación de De Boca en Boca no fue en Alas, en 1996, sino un año antes, en la casa de Tito, en la calle Lima. Pozzebón corrobora. Mientras se “clava” un lomito, Yusa responde sobre Lenine, Silvio, quien sigue siendo el padre de todos, sobre Esperanza Spalding y hasta me ayuda a pronunciar Meshell Ndegoncello. ¿Por qué La Plata? “Porque sí”. Paula Rivera, su manager, elogia el trazado perfecto. “La ciudad fue diseñada por Leonardo Da Vinci”. Kevin canta la falta: “¡A Córdoba la diseñó Donatello! Al final, las Tortugas Ninjas son increíbles”. Entre las risas suena el teléfono:
–Hola, ¿Todo bien?
–Sí mi amor, acá estoy, con Yusa. Te paso para que veas.
–Hola, habla Yusa, mira yo soy una cantante cubana, ¿sabes?, estoy aquí en La Fábrica con Pablo. ¡Ya va para allá! –fin de la llamada.
–¡Gracias! ¡Yusa a favor de la familia!
–De nada, pero lo pones en la nota.
–Ningún problema.