La paz con todos

Naná Vasconcelos se presentó en Córdoba

15-09-2013 / Crónicas, Crónicas a Destiempo
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Un recital diferente tuvo lugar en la Sala de las Américas el martes 11 de septiembre. Un percusionista del mundo trajo por primera vez su universo de sonidos inabarcables y se llevó la emoción del público para siempre.


Naná Vasconcelos se presentó en Córdoba

Por | redaccion351@gmail.com

Te habrá pasado cientos de veces, cuando caminás por el centro de una ciudad, por ejemplo la tuya. Casi nunca lo pensás, pero a veces sí. Hay días que te empujan a hacerlo, con o sin protección de unos anteojos de sol: le mirás la cara a los hombres y mujeres que te vienen de frente. O te sentás a tomar un café en una mesa pegada a los ventanales de un bar, para contemplar los gestos y jugar a adivinar el pasado, presente y futuro inmediato de quienes pasan. Caras de llego tarde otra vez, de no doy más, de espero que me den bien los resultados, de paro de bondis y no pasan taxis, de cómo te quiero, de a este lo tengo en el facebook y cuando me lo cruzo en la calle ni nos saludamos, de qué calor, de qué frío, de qué porquería de viento y tierra, de cuándo lloverá, de dale la T, la B, la Glo, de no me importa nada, de por fin, esta noche recital.

La cara verde del hambre verdadera de los ángeles que vio Julito en otro tiempo y lugar. Las caras del hastío. Los chistes en la cara de los care poio. Las caras de felicidad de, por ejemplo, los músicos que viven de la música que aman. Los banderines de colores en las líneas de la frente de los músicos que, después de décadas de viajes, de repente llegan a Córdoba. Las caras de los que hacen cola en la Sala de las Américas para encontrarse con un músico del mundo.

La cara de una vida dedicada a la percusión. Naná Vasconcelos entre nosotros. Nuestras caras de emoción, desde algunas imágenes.

Humo en el ambiente. Voz en off que acusa autos mal estacionados y que por favor. Apenas luces naranjas. Apenas palmas desde el fondo. Apenas el verde de los cartelitos de salida de emergencia cuando la sala funde a negro. Algunos siguen entrando. Algunos apagan sus celulares. Cantos de pájaros. Vivi Pozzebon en escena. La Vivi. Haces azules, ahumados. Canto nativo. Heleua. Seimandi con cencerro; Chamella con quijada de res; Vélez con teclados; Díaz Carreras con batería; Ramírez con percus varias. «Santitos milagreros». Cencerro por contrabajo, quijada por legüero. Saludo de la Vivi. Emoción por Naná. Emoción por el Titi. Ruego porque llueva. Espíritu del agua con luces color agua. «Agua que va a caer»; «Negrito»; «Bam Bam Bam»; «Soy tamborera». Saludo de la banda. Aplausos.

Entra plomo con linterna de minero. El humo no se va. Mejor. Apenas unos minutos para formar una medialuna de instrumentos. Proyección de estrellas y de músicos y bailarines de neón que se vuelven constelaciones en la pantalla de fondo. Viene Naná Vasconcelos.

No hay aplausos. ¿Cómo que no hay aplausos? Siempre que entra el número principal hay aplausos. ¿Naná es un número? Por eso el silencio… Entra Naná sonando su berimbao. No cruje una butaca. No vibra un celular. No vuela una tos. El sonido del berimbao corta el humo. Los aplausos desparraman barriletes de colores. La cara de Naná entre sus manos. Hipnotismo de un flagelo, dulce tan dulce. Boa noite.

Enseres de percusión rendidos a sus pies descalzos. Loop de gong, pezuñas de cabra, lámina de aluminio y voces en un tributo a la sabiduría de la Amazonia. La música en trance.

Taller multitudinario de canto al ritmo de los ademanes del profesor Vasconcelos. Tambor parlante. «¡Nagó!» Nos reímos de cómo se ríe. Risas sobre risas, antes de la lluvia. Sí. Lluvia en medio de un recital. Naná dirige un rumor de mmmmm y vaivenes de palmas que recrean un aguacero entre el follaje de la selva.

Seguidilla de conga, pelela, y udu. El público es una divinura dividida en coros afinadísimos que siguen cantando una especie de Eeee umba ee umba eee edabadum edabadum, ¡aun con el maestro entre bambalinas! Pensamiento relámpago: lo que puede el carisma de un músico genial. Sabe que quienes están allí, a unos metros, se dejarán estar en esas melodías que acaban de nacer, otra vez, en esta ciudad que como tantísimas otras, le dice que sí, que todo funcionó otra vez, como funcionan siempre los encuentros universales.

Con el oficio en las manos y en la sonrisa, con alguna mirada de las primeras filas tal vez grabada para lo que reste de su viaje, se va Naná, despacio, como llegó. Con la misma ceremonia de paz, con su berimbao. La cara hermosa de la felicidad verdadera de sus alumnos por dos horas, que lo saludan ante la ofrenda de instrumentos. Y se van prendiendo las luces, y el humo acompaña los abrazos de quienes se encuentran a la salida.

Ojalá nos vuelva a hacer llover. Ojalá volvamos a verlo tomarse el rostro, emocionado. Ojalá.