Cuerdas en el aire

Lisandro Aristimuño se presentó en Córdoba

13-11-2011 / Crónicas, Crónicas a Destiempo
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En dos funciones a sala llena, el cantautor repasó temas de sus cuatro discos bajo un formato exquisito.


Lisandro Aristimuño se presentó en Córdoba

Por | redaccion351@gmail.com

Fotos: Cristian Pérez

Semana perlada de grandes recitales. Viernes como hojitas de menta sobre un postre gourmet. La noche de Córdoba lustra las manzanas del cajón artesanal que forman Pueyrredón, Vélez Sarsfield, San Juan y Cañada. Ventanales dibujados con incienso. Pasajes y recodos que juegan a las escondidas. Perfumes enroscados a las ramas de las tipas. Locos felices de atarse a las sillas en algún barcito de los tantos. Charlitas que planean con la estática de la luz de las velas. Manzanas colorinches. Deliciosas manzanas de Güemes.

En un corner del barrio, el Teatro Cultural La Cañada. Un pastelito. Piso de parquet batata. Sillones y telón de membrillo. Parejitas hojaldradas. Luces de almíbar que funden a chocolate semi amargo para encender el aplausómetro.

Inventario de la puesta: medialuna de cuerdas a la izquierda: Leila Cherro y Lucas Argomedo en cellos; Cecilia García y Risco Urbansky en violines. Silla en el centro rodeada de 3 micrófonos, dos de ellos con severos trastornos de conducta por influjo de samplers y pedaleras. Dos guitarras, dieciocho clavijas, decenas de canciones en el aire. Sol de noche cenital para el ingreso de un músico rionegrino que nos conmueve desde su primer cajita de bombones: Lisandro Aristimuño.

Detalle de pies a cabeza: presuntas botas; piernas locas crazy, al tono de los grandes zancos amigos: Luisito Alberto, Carlitos Alberto; Gustavito Adrián y Rodolfito. Saco piel de manzana oscuro; white t-shirt with The Beatles by Costhanzo; barba consuetudinaria; sonrisa de día del niño; gafas negras; sombrerito borsalino blanco, por momentos, una aureola santa.

Formato del recital: cuerpos de luz, corriendo en pleno cielo. Cristales de amor al buen gusto.

El pizzicato inicial de “Vi tu foto” le canta piedra libre a la noche. A la segunda estrofa, el público deja el cuerpo sentado en las filas y tira el alma en las colchonetas que flotan. “Veo sonrisas, qué más se puede pedir?”

Presentación de los músicos y aclaración: “Bueno, no soy de explicar las canciones. Mejor, más notas y menos palabras”. Arranque vehemente de “Para vestirte hoy” y arpegio «Eagle» para saludar a Gustavito Adrián con un fragmento de “Avenida Alcorta”. Dale Gustavito, despertate. En serio, dale.

“Al final esto del 11 del 11 del 11… ¿Pasó algo? A propósito, es uno el que cuida el planeta ¿no?” Mejor “Sun”, de “Azules turquesas”, aunque el sol se caiga. Como gatos sobre el tejado, los violines acercan “El plástico de tu perfume”. En alguna manzana encantada de Córdoba, antes de actuar en Atenas, Liliana Herrero saluda a Lisandro. “Azúcar del estero” baña de luz el centro del escenario entre vaivenes de partituras. «Blue», de “El asunto de la ventana”, despierta palmas desde el cello de Leila. Clima para cerrar los ojos y ver fulgores de hombres alados. Aristimuño le adivina el pensamiento a cada espectador cuando canta “… y esto es así, música para mí”.

La versión de “Tu nombre y el mío” honra el paso del tiempo desde el primer disco. Sobre un rojo en penumbras, loops de scat y demás artilugios, irrumpe la guitarra y los graves de los cellos como vientos del sur, con bombo sampleado en marcha camión. A la apertura de “Azules turquesas”, sigue “Me hice cargo de tu luz”, inicio “39 grados”, y “La última prosa”, arranque de “El asunto de la ventana”. Gran segmento del recital, con colores de luz alternando climas y Lisandro que vuelve de buscar un poco de agua, para sentarse en la punta de la silla a liberar arpegios y pinceladas de violines. El teatro es una postal para enviar a algún concurso de paz en el mundo. A modo de contratse, “Es todo lo que tengo y es todo lo que hay” suena como una cabalgata de 28 cuerdas.

“Este tema fue inspirado por la Mona y por Rodrigo… … No, mentira.” Bajo el clima “Bon Iver” de “Ella”, Lisandro deja su guitarra y, la mano vuelta y vuelta a lo Jiménez, canta y bromea. “¿Alguien conoce personalmente a la Mona?” Un señor responde que lo ve pasear por su barrio en bicicleta. “Demasiado” mantiene las colchonetas en alto. El vendaval y delirio de delay en el final de “Quién”, sacude los márgenes desde uno de los micrófonos con problemas de conducta. Sigue una hermosa versión de “Green lover”, vals colmado de puntillas, dedicado a las abuelas, y “Desprender del sur”, con sus gaviotas y violines vivaldianos. Aristimuño, pulgares arriba, saluda y se va con el rumor del mar.

Los aplausos, con la sala a oscuras, lo devuelven para agradecer a Franco Mascotti, responsable del purismo del sonido, y a la confabulación de voluntades que hicieron posible su visita a Córdoba. La delicia de “Vos” hace aparecer un dulce artesanal de regalo. La intro de “Cerrar los ojos” le hace cosquillas a Tom Waits y el “Viva la revolución”, coreado por el público, le arquea los labios a los cuatro fantásticos de la remera.

Gran final. Si seguimos aplaudiendo va a volver. Dicho y hecho. Cuando vuelve, detona pedidos de canciones de cualquier disco. Elije “Canción de amor” para iluminar las miradas. No paran de pedir “Anochecer”. Una niña que no sabe qué pedir, de tantas que hay, corrobora, justo en un silencio, “Sí, anochecer». Al grito “¡Córdoba te quiere!” sigue otro, como pidiendo permiso: “Santiago también.» Otro, para que no se vaya, ordena: “¡Agarrelón!»

Finalmente, “En mí”, mezcla de candombe mulato y chacarera, cierra la noche con el micro de la derecha haciendo un funky en fuga.

“Chau. Hasta mañana.”

A la salida, las copias de los discos de Lisandro se despiden entre ellas para una nueva vida en vaya a saber cuántos estantes de nuevos enamorados.