A 10 años del embrujo

Juan Quintero y Luna Monti se presentaron en Córdoba

21-10-2011 / Crónicas, Crónicas a Destiempo
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En uno de puntos más altos del año en la agenda del San Martín, el dúo volvió a Córdoba a celebrarse y enamorarnos.


Juan Quintero y Luna Monti se presentaron en Córdoba

Por | redaccion351@gmail.com

Fotos: Martín Ram | martin.ram.fotografia@hotmail.com

Tal vez te hayas levantado muy temprano. Apenas un poco de agua, siempre demasiado fría, en la cara. Otro poco de café, un pan de ayer, dos minutos de ánimo entre bostezos. Desayunada hace rato y sentada aún en la cocina, la claridad de la mañana te ordenó la cartera. “En el bolsillito de afuera te puse el mp3. Tomá las llaves”. Gracias claridad de la mañana.

Ruido de llaves que cierran. Silencio de veredas sombreadas de fresnos. Abrís el bolsillito de afuera. Los cablecitos de los auriculares se habrán enredado. No hay mañana, clara o de nubes, que los sepa acomodar en el bolsillito de afuera. Son y serán así, de entreverarse. Pero nunca tanto como esta semana en que has cambiado la música. Cargaste un par de discos que hacía mucho no escuchabas. Desde ese día, los cablecitos están imposibles. Hoy parecen amantes atrincherados. Antes de terminar de preguntarte si tendrá que ver la música, confirmás que por supuesto. No hay otra explicación. Mirá cómo están. Al revés de las mangueras, que se vacían cuando las enrollás, los cablecitos se pliegan y retuercen solos, como en celo, para conservar la vibración de las melodías. No sabrás si desenredarlos con los dedos o con un baldazo de agua. Se resistirán las cabezas a pasar por el último rulito. Por fin Play. Había quedado en “El niño caníbal”. Camino del trabajo, estás por pasar frente a la casa abandonada de la otra cuadra. Se ve una pareja acurrucada de años, ella con bastón, mirando en silencio; él intentado cerrar un postigo derruido. Nunca  los habías visto. Demorás el paso y te bajás de la vereda. La voz de Luna con sus “Puentes” fijan la primera escena del día.

Volvés tarde, con el caballo desparramado de cansancio. Alguien te esperó con unos amarguitos. Saber que en un par de horas estarás sentado en algún rincón del Teatro, con alguna amistad, algún amor o alguna soledad, te limpia la frente. Una ducha caliente ablanda los trapecios, anudados como cablecitos de auriculares; un espejo empañado te pasa el peine.

Llegás al San Martín para ver a Juan Quinteto y Luna Monti. Conocés lo que hacen por regalo de la vida. Perdiste la cuenta de las veces que te la mejoraron, con sus canciones, justo cuando amagabas una tristeza. O tal vez nunca los escuchaste y no pudiste desatender la invitación de alguien que ya te ha convencido en materia de gustos musicales y por qué no también en otras materias igualmente amables. La cosa es que al llegar, aparecen los amigos, gente de andar a los abrazos.

La entrada es general. Podés sentarte donde quieras. Ya no hay lugar en la platea. Con un par de amistades te mandás para un palco del que te corren porque una gente muy importante ya tenía la reserva y bueno, esas cosas. Terminás en las cazuelas. Tus amigos dicen cosas que nunca está demás repetir: “qué belleza este teatro.” Una voz muy seria tampoco deja de decir que “la programación dará comienzo en diez minutos.” Un ratito después dirá que faltan cinco. Desde tu butaca, reposás los antebrazos en la baranda y el mentón sobre las manos. Te alegra la sencillez de la puesta: apenas dos sillas, los retornos y micrófonos necesarios, dos guitarras, un bombo y una mesita para posar menesteres. Tu ansiedad y la de todos los presentes soplan las luces para que Luna Monti y Juan Quintero aparezcan en el escenario.

Tus primeras sonrisas preceden el inicio. El humor de Juan es inimitable. Mira, hace un silencio y ya te sonreís. ¿Tiene monos en la cara? No. Además de inimitable, su humor es casi inexplicable. Cuando arranca la lista con “El matecito de la tarde”, entendiste de sobra. Lo bien que hiciste en venir.

La excusa que te trajo al San Martín celebra los 10 años del día en que la música argentina, por obra y gracia de las cosas del querer, sentenció: “Hágase un dúo de voces con puntillas en el aire”. Y se conocieron. Dicen que Carnota anduvo de celestina. Verso. Con escucharlos podrás imaginar que Luna le habrá cantado un poco a Juan, enamorándolo, y éste, como ternero degollado, le habrá hecho la segunda voz, enamorándola. O más o menos. Es un cuento infantil. De cualquier modo, el nudo importa menos que el gran final, cuya frase plantea siempre un problema existencial. Podrías preguntarles: “¿cómo es eso de vivir juntos y felices para siempre?” Podrían responderte: “Cantándonos maravillas. Recorriendo ciudades y países cantando”.

Te pasó más de una vez. Cuando un recital te deja respirar, te acomodás vos, se acomoda el de al lado, el de la fila de atrás cruza las piernas, el de adelante las quiere estirar y no hay espacio. Nadie se puede quedar quieto. Crujen los pisos de madera y las butacas. Algunos dictaminan “Shhhhhh” como lechuzas. ¿Viste lo que está pasando (porque aún queda)? No más fricciones. No más crujidos. No más búhos. El silencio absoluto. Sólo las voces y la guitarra entre almas flotando que sólo vuelven para aplaudir en el final de cada tema.

No podés decir ni mu. Están tocando todos los temas que querías escuchar. La lista es más que generosa. Después de “Yerba buena”, zamba del arcón de Ñaupa, un saludo a Juan Falú y Pepe Núñez con “La mudita” y “Rosario Pastrana”; “Garzas viajeras” de Aníbal Sampayo; “Aire seré” de Edgardo Cardozo; “La vi por vez primera” de Torres Aparicio; “Maricón” y “El angustiao”, de Juan; “Regalitos”, de todo el mundo, ya no es de su autor (no se puede decir nada más sobre esta canción, algún día las vas a escuchar de nuevo); “El cosechero”, de don Ramón Ayala; “Sacha Puma” de Oscar Valles y Guillermo González; “Chaleco/Traidora” de la madre Bolivia; “Conmigo”, para gloria y loor de Fattoruso; “Peón viñador”, del riojano Oyola. Con la lista revoleada y a pedido del público, particularmente de un chico de la platea, “El niño caníbal”, de Virulo; “A pique”, con Luna subiendo las mareas; y “Verde romero” de Eduardo Falú en el semi final.

Te parás a aplaudir. Las canciones, como cuentas de un rosario, rezan por vos. Esperabas que manden a bañar a la luna y lo están haciendo, a capella, sin micrófonos, sonriéndose, como en la versión grabada.

Te sumás a los agradecimientos a Diego Marioni por prestarles el bombo; a los técnicos por el sonido; a Lucas Heredia y a Nuestra Radio, por existir; a Viqui, niñera de Violeta, allá en el primer palco, y a Luz Verde, por traerlos.

Te reís mucho: de varias anécdotas contadas por Juan, de muchos gestos y en el final, de cuando alguien, después de tantos gritos pidiendo diferentes canciones, gritó “en ese orden”. Es que como vos, nadie puede irse. Entonces viene “Paloma”; “Mejor así”; “Puentes” (y recordaste a los viejos mirando la casa abandonada); y “Pal que se va”.

Eso, ¿cómo haremos pa irnos? Desde la baranda de la cazuela, mirás hacia abajo, viendo irse a los espectadores de la platea como se van los títulos de una película inolvidable.

Ahora, que no se te pasa, sólo pedís que vuelvan pronto. Y que salga el DVD que prometieron, para auto regalo de fin de año.