Por Garba.
Cuando yo tenga un país será de fácil llegada y difícil abandono, porque la vida en él será tan amigable, tan del lado de la gente sin terminar, tan de los crotos con la panza llena y de los abrazos a cualquier hora, que muy pronto seremos el destino preferido de toda alma rota.
Se la recibirá y se le ayudará a volver a creer en eso de que si hay amor lo demás se consigue más adelante.
En mi país, cuando lo tenga, los animales andarán vivos y serán lo que somos todas las especies: cada quien dueña de su existencia, no comida ni adorno de zoológico o transporte de carga o de paseo de nadie nunca.
Nunca más.
En mi país, cuando lo sea, habrá calesitas en cada plaza con muchas sortijas en el bolsillo de quien encienda el giro y revolvee la suerte.
En mi país la palabra tendrá peso y valdrá por sobre los plazos fijos y nos explicarán en las escuelas como datos de la historia, ¿qué cornos era el merval?
Cuando tenga un país, ojalá llegue, será tan mío como de cualquiera, no deberemos preocuparnos por perseguir la zanahoria que siempre avanza por delante nuestro por la sencilla razón de que nos ocuparemos por el bienestar de lxs demás y lxs demás por el nuestro, y así el nosotrxs funcionará como una manguera nueva bien ajustada, toda la vida será más parecida a un festival.
Cuando yo tenga un país, y alguien se muera, lo celebraremos en las calles, le rendiremos homenajes saliendo a las veredas o a los caminos a contar las historias que le tenían adentro y un poco de ese modo y un poco de otro, esa persona seguirá habitando nuestros corazones.
Todo eso cuando yo tenga un país.
Mientras tanto, me aferro, trato cada vez con más dificultad, a encontrar ánimo para seguir no sé si hacia adelante o hacia los costados, pero seguir, paso a paso, un paso a la vez.
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