Por Pablo Arietti | redaccion351@gmail.com
Fotos|Ricardo Efraín Cortés
Los teléfonos inteligentes de ahora tienen ese qué se yo, viste… Te sentás a disfrutar de un recital, sacás una foto, la subís a Facebook, a Twitter, le mandás un wats app (perdón, quise decir uasap) a un amigo con un amable «dale amargo que ya arrancó», y abrís el cuaderno de notas para apuntar cositas que van apareciendo. Cuando todo terminó, percibís que escribiste lo suficiente para tener con qué intentar una crónica. Pero la vida es tan poco prolija… Los documentos aún no se guardan solos (idea para los cerebros que abarrotan el valle del silicio: loco, no puede ser que las cosas que uno escribe no se guarden solas, media pila… Hay cosas más importantes que acordarse de guardar los cambios… Pedir un flan con dulce de leche por ejemplo).
Sumada a esta alegría, el modelo 9300 de la mora negra viene con un relojito cuadrado que, cuando aparece en el centro de la pantalla, te recuerda al Julito de los ojos muy separados. Somos el regalo de esas agujas… Si tenés una mora negra por teléfono y te aparece el relojito cada 30 segundos, anotá la receta para que no vuelva: dejás un yogurt abierto arriba del techo. Tres meses más o menos. Le va a crecer un potus bien carnoso. Cortás el potus y lo picás finito. Ponés el teléfono en un recipiente y le espolvoreás ralladura de un pan de jabón de la época de Frondizi, una taza de escamas de soda cáustica, y el potus picado. Ahí nomás, agua hervida a borbotones. Hay que alejarse un poco. Dejás reposar la preparación toda la noche. Al otro día, con una tenaza, extraés el teléfono de la preparación y lo posás sobre una piedra que sobresalga en el camino de tierra más cercano a tu domicilio. Siempre hay piedras que sobresalen en los caminos de tierra. Tarde o temprano pasará un Falcon de los viejos, esos bien pesados. Cuando lo veas venir, sabrás frenar al conductor y pedirle que por favor le pase por encima al teléfono. Cuatro veces por lo menos. Si aún aparece el relojito, se repite el procedimiento, pero con cianuro, dentífrico para perros y un tractor Hanomag modelo 40 o anterior.
Volviendo. Cocina de Culturas. Sábado 22 de marzo del corriente. Casi diez la noche. Todas las mesas ocupadas, menos una. Se dejan las camperas sobre el respaldo de las sillas y se va a tirar humo al patio. Porque si uno va a Cocina de Culturas y no sale al patio, no sabe cómo están de grandes los álamos. Ya casi tapan los afiches de Mercedes Sosa. Por un portón se ven los Presenta Trío y los Violentango charlando antes del toque. Entremos que ya comienza. ¿Viene el fotógrafo o no viene el fotógrafo? Llega el fotógrafo. Pasará algo al final de la noche con el fotógrafo que daría para hacerle crecer el pelo a coscorrones.
Suben los P3. Distribución tradicional: Masi Bressanini a la izquierda. Bajo compadre, camisa leñadora, banqueta para tomar asiento y mesita con botellas para tomar agua. Linda la mesita. Prima política de las que sostenían una lámpara y un teléfono en las telenovelas de Migré (qué será de la vida de Jeannette Rodríguez…). Al centro, Marco Martina. Camisa negra con rayitas. Cocobasilesca. Batería comadre, baquetas negras y plato con agujeros para embellecer de mugre cada corte. De win derecho, Bachi Freiría. Guitarra y remera gris con dibujos que lamentablemente quedaron en casa los de ver de lejos. Todo listo para el primer recital del año en Córdoba, cuna de «Tres» campeones. «Pedacito de Agua» inicia el set. Es, otra vez para nosotros -acaso la primera para algunos de quienes completan la capacidad del lugar-, la sensación de estar escuchando a tres músicos que potenciaron sus destrezas y sensibilidades y lograron una forma de sonar que ya es inconfundible.
Pareciera necesario detenerse a releer. No menos de cientos, no, más, miles, decenas de miles de textos de ñatos dedicados a decir algo sobre una formación musical, han descansado en la percepción que identifica «un estilo inconfundible». No siempre es un elogio, pero siempre habla peor del redactor. En la sombrita del «estilo inconfundible» atribuido a más de uno, le hemos picado el boleto a la ironía del verbo que completa la frase y que, delatando al eufemismo, podríamos cambiar por «estilo inconfundible de pifiar, de desafinar, de arruinar, de robar», y siguen bastos. Pero momento: el Presenta Trío suena como nadie y mejor que tantos, por las decisiones que adivinamos en cada versión, y que valoramos por sobre las decisiones que se han dejado escuchar, menos desafiantes, sobre las mismas obras, en otras formaciones. Y otra vez, y hasta el hartazgo, la cuestión del gusto. De ciertos artistas, alguien que queremos y respetamos solía limitarse a decir «no son para mí». Conclusión de este párrafo: El Presenta Trío es para nosotros, y para todos quienes quieran abrazarnos y en la sonrisa decirnos «para nosotros también». Con otros «estilos inconfundibles», ni a la esquina a ver si llueve. Con estos tres loquitos, a la China ida y vuelta, pasando por las sesenta y pico lunas de Júpiter.
En el recuerdo olvidadizo, suena «El silencio» y «Lo que añoro» de Bressanini, y «Barcos» de Freiría. Después, o por ahí cerca, la tremenda versión de «Cuesta abajo». Antes que los Violentango, el Thrillertango del P3, con un riff que podría servir de cortina para Jorge Suspenso. La genialidad de las decisiones… Al clima de rock yugular de la primera parte sucede un estribillo reposado en la interpretación gardeliana de Bressanini y en unos acordes de guitarra que parecen palmearle la espalda al tiempo viejo que nunca volverá. La felicidad por los aplausos y bravos de los muchos que rondan los cincuenta y largos nos deja pensando sobre el pasado reciente. ¿Hace cuánto? ¿Diez años? ¿Quince? Una versión así habría desatado imprecaciones extensivas a las generaciones pasadas y por venir de los herejes que la perpetraron. Hoy genera admiración, tal vez porque hasta los más papistas se han adaptado a la fusión. Pero algo no cierra en esa explicación. Todo se ha fusionado en este tiempo, muchas veces bajo formas que terminan igualándose en resultados que no sobresalen de lo esperable. Poco y nada se ha logrado como… Bueno, lo dicho: el Presenta Trío es para nosotros.
Antes y después de una vuelta por «Ruedas en los palos» con la infaltable «Aclaradora» y la imperdible «Maribel», una zamba carpera, «Para poder consolarte», con un cosquilleo funky disco de viola like the legend of the Salta, como para torear a los Daft Punk.
Y es el fin. Hay un saludo y agradecimiento a la gente que sumó tiempo y esfuerzo a la organización de la fecha, y las disculpas a unos casamenteros conocidos de Bragado, que como vieron que el bajista no llegaba se casaron igual. El saludo también de Redacción 351 a esos perfectos desconocidos a quienes les deseamos muchas felicidades y que el amor los amontone hasta que la muerte los separe. En la retirada, les tiran un centro a los invitados de la noche. ¡A la olla!
Viene la segunda ronda de cerveza y la segunda parte del continuado. Violentango en escena. A diez años de su formación, y después de cinco o seis presentaciones en nuestra ciudad, vuelven con «Escape», su último disco. Foto: línea central de tres con Adrián Ruggiero en bandoneón, Santiago Córdoba en percusión y Ricardo Jusid en bajo. En las puntas, las guitarras de Camilo Córdoba y Juan Manuel López. La presentación, como para cabecear a donde tejen las arañas, inicia con la joya de Ástor que les bautizó el camino. Primera confirmación en vivo: la destreza del fuelle, o mejor «fueye», que suena más lindo, o más parecido a lo bien que suena sobre la derecha de Ruggiero, miembro del gremio de los que tocan de parado, a lo «Gato». Segunda confirmación: la destreza de los Córdoba. Los dedos de Camilo vuelan sin ripios; las manos de Santiago se la bancan. Sentado en su cajón, se dispone a sorprendernos con su estilo de tocar sin baquetas ni escobillas. Derecho con las manos, contra los tones y platillos, en un gesto corporal inusual, como tramando con sus enseres de percusión alguna travesura.
Entre los sonidos de «Escape» nacidos para escabullirse entre las calles de cualquier ciudad (en un par de meses vuelven a girar por Europa), hay un saludo a las orquestas contemporáneas. Así como «Canaro en París», «A Orlando Goñi», «Retrato de Alfredo Gobbi» o «A Don Agustín Bardi» suponen saludos entre maestros de otros tiempos, «Fierro Caliente» le manda un abrazo largo a la Fernández Fierro. Desde «Buenos Aires 3AM», «Milonga de mis amores», como un beso a las mozas; desde «Rock de Nylon», «Fuga y misterio» abraza a la audiencia y a la sombra viva que un Horacio descubrió componiendo en un café irreal de cualquier mundo; casi en el final, «A fuego lento», otro abrazo a otro Horacio, a sus casi 98 años de vida y escuela.
Como si faltaran guitarristas de los buenos, Ruggiero deja el portero eléctrico (ez impozible) y chapa la criolla para «Chacarita afuera». En el cierre, un último saludo al mágico Astor con acento en la o.
Gran noche. En el patio, compartimos encendedor con Santiago Córdoba. «Loco a ver las manos». Inalteradas. Impresionante.
Cumpliendo con el pendiente, la última del fotógrafo. «Che no encuentro las llaves del auto»; «¿Cómo que no encontrás las llaves? ¿Te fijaste en la mochila?»; «A ver salgamos que quiero ver una cosa… … … Ahí están…»; «¡¡¡Ah noooo!!!»
Moraleja innecesaria: Si van apurados en auto a cubrir un recital, ojo las llaves. Pueden quedar colgando toda la noche de la cerradura de la puerta…