Música en infinitivo

Milton Arias presentó «64. Antes del fin» en Cocina de Culturas

18-07-2014 / Crónicas, Crónicas a Destiempo
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En un recital impecable, junto a Martin Barroso y Lucas Ramírez, y con la participación de Martín Dellavedova, Lucas Acuña y Malu Maldonado, el bajista estrenó las obras de su segundo trabajo. Imágenes de otra gran noche para la música de Córdoba.


Milton Arias presentó «64. Antes del fin» en Cocina de Culturas

Por | redaccion351@gmail.com

Fotos: Elisea Valdez.

Pasaron unos días. Había que dejarlos pasar. Lo que debía cumplir con la inmediatez del evento se tomó un respiro. Entre otras cosas, el mundial también generó esto: la necesidad colateral de un respiro. Antes de justificar cualquier postergación, Brasil 2014 nos dejó mirar, como nunca, los fenómenos de ansiedad colectiva desde adentro.

Una cosa, antes de lo que nos interesa. La rentabilidad mediática del mundial de fútbol es una de las profecías autocumplidas más frecuentes y a la vez más extraordinarias. El funcionamiento del mecanismo no supera en complejidad al de la sombrilla del Súper Park: casi todo se explica en la inmediatez.

Viene el mundial de uno de los deportes más imprevisibles y tal vez por eso más populares del planeta. Nada generará más audiencia, es decir, más oportunidades de rentabilidad. Arranca la sombrilla. Los programas deportivos comienzan a hablar sólo del mundial; los programas que no hablan de fútbol incluyen segmentos de ocasión, aparecen suplementos en los periódicos, programas especiales en los canales abiertos, documentales de mundiales pasados en los canales de cable, avisos publicitarios enfervorizados, debates que no resistirán el archivo y flashes minuto a minuto. A cualquier hora, un zapping rápido encontrará fútbol mundial en canales previsibles pero también en espacios insospechados. De repente, la velocidad de la sombrilla ya estira los rulos. Inmediatez mundial.

Cada partido de la Selección genera una cuenta regresiva multiplicadora de hipótesis, vaticinios y comentarios que constatan sucesos desde eso: la inmediatez. Vivo, directo: el técnico no confirmó los once titulares, todavía los nos confirmó, vamos a ver si los confirma, estamos aguardando la conferencia de prensa porque aún no confirmó los titulares, lo vamos a saber en minutos nada más, cuando aparezca en la sala de conferencia; aparece el técnico, está vestido como siempre, con el buzo de la selección, vamos a la primera pregunta, veamos qué dice, vamos a saber si confirma los titulares. Parece que aún tiene algunas dudas, le están repreguntando sobre las dudas que manifestó; aún no puede confirmar si esperará la evolución de la lesión del delantero izquierdo o si optará por el reemplazo natural… Confirmado: el técnico no dio a conocer la lista de los once titulares de cara al partido del miércoles. Volvemos a estudios. Parece que hay dudas respecto a la evolución de la lesión, vamos al panel, a ver vos, que tenés experiencia en mundiales, ¿te parece que el técnico tenga dudas sobre los titulares a tres días del partido? Aguantame aguantame, vamos al móvil del estadio donde se entrena la Selección, acaba de finalizar el entrenamiento, hay muchos hinchas, a ver ustedes, estamos al aire, ¿de dónde vienen? ¡¡¡Brasiiiiiiiiillllll, decime qué se siente!!! ¿Cómo? ¡¡¡Ah!!! ¡¡¡De Choele Choel!!! ¡¡¡Teneeeeeeer en casa a tu papááá!!! ¡Qué bárbaro! De Choele Choel…

Haciendo de cuenta que nadie lo percibe, la sombrilla comienza a elevarse.

Las dudas del técnico; los pectorales tatuados, las lesiones y los súper poderes de los jugadores; el análisis clínico de los equipos oponentes; los resultados sorpresivos de algunos partidos; las aventuras de los hinchas… La previa multitudinaria y efusiva de cada encuentro forja un postulado de hierro: pase lo que pase, será apoteótico. Cuando ocurra lo verdaderamente importante, es decir, cuando los equipos salgan a la cancha, la sombrilla girará delirante hacia las nubes, aturdida de gritos. La inmediatez habrá cumplido la profecía: cada minuto de aire y renglón impreso se habrá vendido, revendido y recontravendido y millones de argentinos desbordaremos de ansiedad.

Contraargumento de acero al carbono, indiferente al negocio de la ansiedad, aunque empiece y termine con puntos suspensivos: …Pero es tan lindo…

¿Por qué es tan lindo? Por otra cosa, quizás. Porque lo que ocurre en los 90/120 minutos del partido suele impactar por otra inmediatez: la inmediatez de la imprevisibilidad. Contra la inmediatez previsible del negocio de la ansiedad, la inmediatez imprevisible de un partido chivo. El cantito más cantado no invoca al Brasil de Italia ’90 abollándonos los palos. Invoca la inmediatez imprevisible de una jugada heroica, de un gol que marcó una victoria memorable, inmerecida para cualquier comentarista extranjero.

Hasta que llegamos. La belleza del fútbol, tal vez, radica en la inmediatez de lo imprevisible. Costa Rica parecía un trámite. Costa Rica, belleza imprevisible.

Después de la semifinal, a dos días de la Selección en la final del Mundial contra Alemania, un recital de jazz, o de música imprevisible. Momento insuperable para bajarnos de la sombrilla y dejarnos estar en una mesa de Cocina de Culturas, como quien disfruta de una tarde de sol desde algún banquito de la Avenida del Dante, y que el Cristo Redentor le masajee el muslo a Di María.

Hay un recital en 7D. Es decir: un recital de presentación de disco de jazz de un músico de la hospitalidad de la lora de Córdoba. Hay que ir. Es viernes de julio a la noche. Hace frío y llueve. Hay que poner el calefón al mango, cerrar la puerta del baño, abrir la caliente, torcerse un poco para ver por el espejo si ya está para salir el granito de la espalda, meterse bajo la ducha y quedarse un buen rato para salir hecho un puflito. Por lo menos cuatro mangas. ¿Por las dudas el paraguas? No con dos a. Naa. La FIFA usa paraguas.

Cartel en Cocina de Culturas. Viernes 11 de julio. Milton Arias presenta «64. Antes del fin», su segundo disco, grabado en verano, decorado en otoño, sacado a pasear en invierno. Acá estamos Milton querido. Somos un montón que se bajó de la sombrilla o mejor, nunca se subió. Quedamos a un costado porque las mesas del medio ya están ocupadas, lo que nos pone contentísimos. Las mesas se agrandan por amistades que llegan. Sale pizza. Sale tinto. ¡Sale el equipo a la cancha! Foto central: Martín Barroso de wing izquierdo, sentado al Steinway; Milton de cinco y su amigo de cinco cuerdas, o sea, Milton de doble cinco; los tarros y platos de Lucas Ramírez en la otra punta, para desbordar.

 

Una línea en suspenso del viejo Bartolini le abre la puerta a «Poldoro», malambo con legüero de manual apócrifo para un gato corajudo que debe andar por los techos de Alberdi haciéndose respetar. Hay proyecciones que atraviesan a los músicos y dibujan orejas felinas contra el lienzo del fondo. La música es una trenza de maullidos, un paisaje en infrarrojo de chimeneas insomnes, zapatillas mordidas, cables enredados y restos de alambre muertos de frío.

El piano y las escobillas de «Halcón Infinitivo» disipan la niebla de las azoteas. Milton clava un solo de bajo que tironea el sol y, de repente, todo es luz de media mañana. ¿Para qué vinimos si no es para que nos desacomoden los climas? «Zizek» nos encuentra tirados en el césped, nos levanta y nos lleva a pasear por esas galerías viejas de Córdoba, de locales que despanzurran relojes y venden naipes y habanos. Lucimiento recurrente del doble cinco, que nos saluda, agradece, presenta a sus compañeros y al primer invitado.

Sube Martín Dellavedova. La melodía de «Quirquincho» que nace del saxo es un viaje en bicicleta desde Cocina de Culturas al Cine del Teatro de la 27 de abril, al tiempo en que las dos películas del fin de semana se pasaban en 35 milímetros. No sabemos si el viejo «Quirquincho» Gómez, abuelo de Milton, habrá conocido esa sala. Poco importa. Desde una base de zamba, la música que suena en su nombre no deja de proyectar haces de pelusa contra la vieja pantalla.

Sube Lucas Acuña con su guitarra. Milton habla del «Gordo José», un chango que miles de cordobeses vimos crecer en Cañada y San Juan, hasta que ya no lo vimos, porque se murió, como se mueren tantos que nos hacen pensar en todos los sentidos, empezando por el que nos mira de frente, nos lee la amargura, nos dice «sí sí…», y nos sigue mirando. La construcción de «Gordo José» es una postal incómoda de los que quedamos. Inicia con una línea de bajo cuya melodía es un signo de interrogación constante, inocultable. Las intervenciones notables de los dos Martines y los dos Lucas toman la forma de todo lo que se podría esgrimir para justificar lo injustificable. Una primera respuesta conjunta de saxo y piano, como tema central de la obra, dispersa a cada instrumento en derroteros que encuentran, una y otra vez, la pregunta del bajo, que seguirá sonando. Gran momento. Infidencia: desde la mesa de al lado, uno de los bateristas más reconocidos de la escena nacional, hombre de andar en saco y zapatillas, sigue admirado los cortes de Ramírez.

 

Restan tres temas de «64…» La lista se convierte en un agradecimiento, el que inicia el disco con una maravilla armónica que visita bajo, guitarra y piano y deja espacio para lucimiento del Lucas de los parches. «Gracias» saluda al Titi Rivarola con la mejor versión instrumental que haya surgido de su ciudad. No hay chicle pegado en las mesas de Cocina de Culturas que no se ablande y estire para espiar y descubrir quiénes son los que están metiendo esos solos que despiertan aplausos a cada rato. Momento de mirarse y sonreír con las cejas arqueadas en honor a tamaña hijaputez sonora. Y todavía no tocaron «El lentidigitador».

Lo llamamos. La apertura de «El lentidigitador» es un «voilà» que se repite entre giros musicales imprevistos, casi como su inspirador, el gran René Lavand, que repite sus trucos entre citas literarias. Fue inevitable llegar a casa y demorarse viendo una y otra vez algunos de sus videos. No se puede hacer más lento. No se puede ser más grosso.

Antes del final, para entender que no hay cartas marcadas y todo es puro talento, «Erdnase», con Dellavedova y Malu Maldonado. Un saludo a Janek Gwizdala, otro bajista mago que anda por ahí.

 

Queda «Vidala en verde», que después de los agradecimientos a tantos -en especial a Susana Guzmán-, suena con el mismo ondón sin el Rodhes del disco. Habrase notado la ausencia de «groove» en todo este escrito. Que otros pongan «groove» donde quieran. Para este escrito, «Vidala en verde» tiene «ondón», como toda la noche.

¿Cómo que ya se terminó? ¡Che un bis! No sé, «Dos gatos»… ¡O cualquiera del primer disco! Nada. Listo. Se terminó. A hacer cola para el abrazo, entre amigos músicos de casi todas las formaciones que el doble cinco mejoró, mejora y mejorará con su participación.

¿Que cómo estuvo? Bueno, con decirles que al otro día, a pocas horas de perder otra vez con los alemanes, hubo vida nueva entre los cumpas de Milton, inmediatez imprevisible para que «64. Antes del fin» cobre su verdadero sentido, ese que te mira de frente y te dice «Loco, vida nueva. Salí a la cancha. Sí sí, otra vez. ¡Dale vamos!»