Gismonti en Los Aromos

Lewin – Bobarini – Caballero estrenan video.

14-01-2016 / Crónicas, Crónicas a Destiempo, Videos
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Algo bueno sucede cuando tres grandes músicos y amigos se reúnen para celebrar justamente eso: la música y la amistad. El pasado 22 de diciembre, en Villa Los Aromos, Luis Lewin, Fernando Bobarini y Fernando Caballero ampliaron la juntada para grabar una versión de «Payaso», joya sin tiempo de Egberto Gismonti. Los hermanos Martín y Sebastián Bergallo y la artista visual Maru Aparicio lograron un registro notable, que tenemos el honor de compartir. Aquí la crónica de una jornada inolvidable.


Lewin – Bobarini – Caballero estrenan video.

Por | redaccion351@gmail.com

Fotos: Maru Aparicio.

 

Importa ver y escuchar esto:

Lewin – Bobarini – Caballero. «Payaso» (E. Gismonti).

 

Antes, durante, después.

Mariposas blancas en la ruta al sur. Cuánta belleza, cuánta fragilidad.

Calor de nubes pesadas sobre las montañas de fondo. Sol de Los Aromos contra el alerta de tormenta. Primeras sonrisas.

Cruzar el puente y doblar por la calle que acompaña al río hacia el balneario La Curva, por simple parecer, desandando el hábito de algunas tardes escapadas del cemento.

La señal del teléfono, inteligente como pocas veces, desencontrando antenas para encontrar otras horas: el marrón cristalino del Anisacate, el concierto de verdes en cada orilla, la siesta temprana de los perros color piedra y arena.

Un poco de sombra en la esquina del balneario para volver a llamar, a ver si nos encontramos. Mensajes para ubicar la casa. Primera y segunda, sin acelerar, por intuición repetida hacia los abrazos.

La pelambre sabia de Luis Lewin sobre un portón. “Ahí te vi”.

Segunda tanda de sonrisas para el mucho gusto de la familia y los amigos. Fernando Caballero, con baquetas de atizar brasas; Maru Aparicio con sus cámaras en plena concentración, elongando diafragmas.

Casa con brazos en disposición de “vení, mirá el río”. Patio con sombra de fresno colectivo. Diferente de tantos que fugan veredas en cualquier pueblo y barrio de la ciudad, cada cual con su tronco, con sus ramas cada cual, el fresno del patio de Lewin crece desde varios troncos reunidos en la misma raíz, tal vez como revancha de alguna impiedad. Contra un pasado incendiado de olvido, todos los fresnos el fresno, ahí arriba, para sombra de un mesón.

-Esto en otoño debe ser una alfombra amarilla.

-No sabés… Una locura.

Desde los miles de centímetros que puedan amontonarse en un par de cuadras, llega Fernando Bobarini. Trae algunas cosas para disponer en la parrilla. Porque algunas cosas no se tiran; se disponen en la parrilla. Así las cosas que trae Fernando B para que Fernando C disponga, o mejor, afine sobre los hierros, que si hablaran… Caballero no hace un asado. Caballero afina brasas y cortes en ¡Faaaa Mayor! Yendo y viniendo, el anfitrión.

Lewin no da vuelta una costilla. Cómo decirlo… Sobre la escala cromática del jugo de la susodicha, Lewin improvisa una variación de calor. O más o menos.

Al otro lado de las piedritas de la entrada, el estudio del pianista. Un dos ambientes y medio como para recordar versos orientales. “Fui a tus playas por el día y allí me quedé dos años…” Al fondo, después de la puerta y del doble vidrio, los instrumentos. Martín y Sebastián Bergallo acomodando micrófonos, medio centímetro más cerca o más lejos de cada componente del combo Mápex – Black Panther – Istanbul – Zildjian; y de las cuerdas de un Blüthner de gran cola. La palabra que no sale de la boca abierta y de la pera que tiembla es “imponente”.

-Madre santa… ¿Cuántos años tendrá esto?

-Más de 100 seguro.

 

Está listo el almuerzo. La carne para los carnívoros, las verduras para los herbívoros. El vino, las gaseosas; el agua, la charla sobre cualquier cosa. Algunos se conocen desde hace décadas; otros desde hace años; otros desde hace días; otros desde hace minutos. Todos emparejados por la amistad de tres músicos generosos, por el simple devenir de una tarde mansa de verano con vista a ese otro devenir, cristalino, color piedra y arena.

Se sabe que la media asta de los párpados después de un almuerzo responde a una suerte de concentración de la sangre en los arrabales del aparato digestivo, proceso que en situaciones habituales invita al cerebro a un descanso más o menos breve, conocido en los tomos de neuroendocrinología con el nombre científico de “siestón de dios”. Un parágrafo del capítulo que discurre sobre irregularidades de la homeostasis, detalla los efectos de sobremesa que se suceden en organismos melómanos ante la inminencia de la grabación de, por ejemplo, “Payaso” de Egberto Gismonti. Se han detectado alteraciones hormonales con procesos sintomáticos de sudoración excesiva, cejas relampagueantes, temblor de manos y contracción de glúteos.

Nada de eso en Los Aromos. La sobremesa es un montoncito de tabaco enrollado, un par de historias sobre la perra Lila y un dejarse abducir por las bestias agazapadas entre micrófonos. Allí también el Ken Smith de Bobarini, con sus miles de horas de vuelo acurrucadas en cinco cuerdas y su madera color Anisacate.

-Bueno ¿vamos?

-Vamos.

Pica en punta el pianista. Al medio minuto, los platos, vasos y cubiertos van marchando hacia la cocina al ritmo de las escalas. Precalentamiento de falanges: Tirurirurirurín…. Turirurirurirún… Tirurirurirurín…. Turirurirurirún… Tirurín-fanplín… Gesegnet-klavier-verrückt…

Al minuto y medio, precalentamiento de candombe en tres para dos Fernandos; medición de la luz en manos de Maru; revisión de niveles y de la temperatura del agua para el mate de Martín y Sebastián. No hay grabación si no hay mate. No hay magia si no hay mate. ¡Claro! ¡Por eso la pava del logo!

 

Apuntes previos a la primera toma: un aire acondicionado en el rol de Pugliese; sentado al piano, un Señor que lee partituras con los ojos cerrados y las saca a pasear con los dedos, los pies y los labios; a dos metros, otro Señor que sabe de baterías, de conocerlas, conversarlas, convencerlas y condenarlas al infierno bendito de contrapuntos y redobles; a dos metros, cerrando un escaleno áureo, otro Señor que toca el bajo con una paz de alturas en el semblante, con unas formas que también aparecen en sus pausas al conversar y que dejan jugar a inscribirle, por qué no, alguna ascendencia tibetana; entre músicos, equipos y cables, la señorita de las cámaras; sobre el alféizar del doble vidrio, un cosito con un botón rojo que graba lo que también grabarán tremendos cosos con muchísimos botones amontonados en una pantalla, al otro lado del doble vidrio, cerca del mate y de un teclado tirado en el piso, desparramado de contentura, intentando una palabra, una sola, que agradezca sin esas siete letras, un poco gastadas por tanto uso a lo largo del año.

Arranca la cosa. Gismonti en los dedos, pero más aún en los gestos. Como los mejores árbitros, inadvertidos cuando un partido brilla desde el arquero hasta el nueve clavado en el área chica, Maru busca y encuentra ángulos para captar instantes que se alternarán con el antes y el después de la música. Siguiendo el electro de los canales, los hermanos comparten auriculares para mirarse, arquear las comisuras de los labios en señal de “impecable” y seguir cebando mates.

No sería mala idea desgrabar los comentarios entre toques, imprimirlos y venderlos en una tienda delicatessen. Se plantean algunas dudas que van del Fa menor con Do a la intensidad de ciertos pasajes; de algunas variantes que podrían ir de lo puro a lo cristalino según los microclimas.

La memoria sabrá guardar, por fuera de cualquier crónica, los diálogos en el patio entre el pianista, el baterista y los técnicos, sobre detalles de cada toma; el cosito con el botón de grabar que se quedó en la sala también sabrá contar el mientras tanto del bajista, jugando en la espera con algunas variaciones dignas de otra grabación.

 

De regreso, sobre la altura de la tapa del piano:

-¿Ustedes cómo lo ven Fernandos?

-Yo lo disfruto mucho al piano con la tapa abierta –responde el Fernando Mápex-Black Panther-Istanbul-Zildjian.

Hay una variación de altura y llueven dedos de Lewin sobre piano. Lo sigue el Caballero del relámpago y truena Ken Smtih. Hay una improvisación veloz en trío para probar el caudal de la locura. Queda perfecto.

Comentario de baterista como garúa sobre el Anisacate:

-No estaría nada mal que lo preludiés tranquilamente al asunto… Que hagas un arpegiatto, que sugieras, que te tomes tus minutos para entrar en el Groove viste? No estaría nada mal, así de paso entramos todos en situación acústica…

-Me da no sé qué…

Mientras conversan, Lewin pasea por el teclado como Lewin cuando pasea por el teclado.

-¿Tan listos los muchachos?

-Sí… Sigue grabando…

Toma uno. Candombe oriental para un “Payaso” universal.  El piano es un jardín coronado de Mi Bemol.

-Hay una parte donde nos vamos. Parece que vamos a reventar… -piensa en voz alta Luis.

Caballero tararea para acomodar la melodía.

-¿Tamo’ muchacho no? Tamo’ ensayando…  ¡No pero si queda algo, queda eh! Igual hubo un problema con el sonido seguro…

Hay que reírse despacio.

-¿Querés que fumemos un puchito ahora? –propone Fernando.

-Me muero de ganas…

Camino del patio, Lewin charla con Maru. Los Bergallo con Bobarini sobre el bajo. Caballero dice que empezó a haber pasta cuando cerraron un poco la tapa. Ahí encontraron la situación acústica que buscaban, la sustancia sonora.

Otra ronda de tabaco.

 

-¿Y Fer? Toy re nervioso…

-Va a salir –responde el Señor del Tíbet.

Otra toma y otra vez a tirar humo y a mimar a Lila, que tararea a Gismonti de punta a punta.

-Vamos que si no nos enfriamos.

La cosa mejora de toma en toma.

-“Todo el final bárbaro” -dice Luis. No se armó el tema al principio, pero me gustó mucho el final. Hagámoslo de nuevo. ¿Se animan a que hagamos ya mismo otra?

-Yo me estoy sintiendo muy confortable –dice el Fernando con pelo.

Alguien propone cambiar de lugar algunos equipos.

-Si retocamos los niveles, las tomas anteriores van a quedar medio incompatibles –comenta Martín.

Finalmente lo hacen. Lewin:

-No quiero saber nada con micrófonos y cables… Es un stress…

Viene otra toma que se frena pasando la mitad. Para adivinar voces:

-Lo paremos porque no… Es una energía que no quiero gastar.

-Hay un par de notas que están chirriando…

-Total el final de última ya lo tenemos.

-¿Quién quiere un matecito?

El baterista quiere un matecito.

-Delicioso, gracias.

Otra toma que frena antes del estribillo, y otra que llega gloriosa al final.

-¡Ahí está! –contento, el de las escobillas.

-No sé si está… Pero ya estamos hechos mierda –exhalando, el del Blüthner.

-Viste que hicimos un tarariráááá… Hiciste las dos partes juntas –atento, el bajista.

-¿Luis querés un mate? –relajadísimo, Sebastián.

-No te agradezco. Vamos a fumar un pucho. Muchachos (a los Bergallo) ustedes se tienen que ir…

-No para nada.

-Me da cosa, ustedes son muy correctos, capaz que se tienen que ir. Y son excelentes porque no nos damos cuenta que están. Eso vale oro…

 

Sobre cigarros en el patio:

-Armate uno Luis.

-No no, uno de los tuyos nomás.

Bobarini se queda tocando, otra vez, algo hermoso mientras fumamos.

-Terminamos y esto pide pileta. Ya hicimos como un recital y medio con el payaso este. Hemos pateado trescientas veces al mismo lugar. Vamos muchachos…

Del lado del teclado y el mate, la toma final sube al podio tirando besitos, aún con el temor de que por los micros se filtre un amigo de Lila, ladrando desde la calle.

Fin de la música, tres segundos de silencio y sentencia de Lewin:

-¡A la pileta!

-¡Listooo!

-¡Pileta! ¡Pileta! ¡Pileta!

Aplauso y encantamiento unánime por una de las máquinas de Maru, una Yashica formato 6×6, bellísima.

Lo que queda del día es un par de acuerdos sobre la edición, un par de abrazos de despedida y gratitud para Martín y Sebastián, dos pares de chapuzones de media tarde con la sonrisa indeleble, alguna charlita con antiparras, Maru haciendo olitas con los pies y una merienda de atardecer en el mesón, a la sombra larga de todos los fresnos el fresno, con café a la turca, facturas, panes caseros, mermeladas, pasta frola y conversación sobre música y mascotas.

En la casi oscuridad del patio, una instantánea refleja la virtud de la cámara para ganar luz y fijar algo de la felicidad mansa que se vivió.

El viaje de regreso al calor de la ciudad es el comienzo de ese proceso consabido que embellece los recuerdos dignos de emoción, por tanta hospitalidad, talento y generosidad.

Esta vez, la memoria agradecida por el placer de arrimarse a la experiencia de trabajo de tres grandes músicos, una artista visual y dos artistas del sonido, tiene un registro impecable en YouTube, un punto más de referencia para seguir mirando el futuro con la mejor de las sonrisas.