Este pueblo es mi pueblo, el de siempre.

El regreso de Los Olimareños

29-05-2016 / Crónicas, Crónicas a Destiempo
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Compartimos una crónica a destiempo. Hace unos siete años, el gran dúo uruguayo se reencontraba con su público en el Estadio Centenario de Montevideo. Fueron dos conciertos emocionantes.


El regreso de Los Olimareños

Por | redaccion351@gmail.com

Montevideo. Estadio Centenario. Tardes del viernes 8 y sábado 9 de mayo de 2009. Una cola de varias cuadras espera que las puertas se abran. Miles de uruguayos que agotaron las entradas a los pocos días del anuncio del reencuentro; cientos de argentinos que sortearon las dificultades para conseguir un boleto desde aquí (la empresa a cargo de la venta de entradas en el exterior dispuso una elegante casilla de mensajes, permanente y desesperante), y vaya a saber cuántos gentilicios más, quieren ocupar las mejores ubicaciones de la tribuna más alta. Muchos superan los 50 años de edad. También hay jóvenes que dieron prioridad a este momento único, ante la alternativa más que atendible de ir al Teatro Solis para ver al Flaco Spinetta. Y abuelos. Y termos de mate. Uno por cada tres asistentes, para ser modestos en el cálculo.

Más abajo, en las plateas numeradas, todo se va poblando con más calma. El viento se levanta, como en todos los estadios. Afuera, conforme cae la noche, van quedando, resignados, los vendedores de posters, fotos, «pegotines» (calcomanías), bufandas, y gente que pregona la candidatura presidencial de Pepe Mujica. Adentro, se vende poco. El precio de las entradas casi no ha dejado. La mayoría toma mate. Un cocacolero comenta: “Hace 20 años que trabajo acá. Nunca vi tanta gente grande en un recital”.

La cosa se demora. Bajan los aplausos y aceleran el ritmo; quieren apagar las luces. Las del estadio, claro, las mismas de Jaime Roos, o parecidas. Finalmente se apagan. En las tres pantallas se proyecta un video reciente que muestra al intendente de Montevideo declarando ciudadanos ilustres a Braulio López y Pepe Guerra. La gente aplaude a rabiar. Acto seguido, una voz en off lee una carta de Rubén Lena, inmenso poeta, colaborador del dúo, dirigida a sus compadres, cuando arrancaban allá por los años sesenta. Las líneas del texto ablandan el cemento de las tribunas. Por los parlantes comienza a sonar, desde la grabación original, con crepitar de púa en el vinilo, la primera estrofa de “Del templao”. Por las pantallas, la imagen de un disco girando vuelve jóvenes a los viejos. De repente las luces del escenario se encienden y en una transición precisa, Los Olimareños de carne, hueso y guitarras, toman la posta de la segunda estrofa y cantan para detonar el estadio. Millones de poros erizados de hombres y mujeres.

La boina negra de Pepe Guerra está donde tiene que estar. Por la pantalla central, en el fondo del escenario, la mirada de cejas arqueadas de Braulio López sobrevuela las tribunas, sale de la ciudad, recorre kilómetros de cuchillas y bañados hasta llegar a su pago de Treinta y Tres. Una orquesta de tres músicos suma arreglos mínimos a la hondura de las voces.

En un silencio de misa, la multitud contiene el grito emocionado para escuchar otra vez al dúo más importante del canto popular latinoamericano. Todos se saben las letras de todas las canciones. Todos advierten que en alguna canción, la memoria de Los Olima invierte el orden de las estrofas. Todos disfrutan de un ritmo más pausado, de una desprolijidad entrañable, en el mismo tono.

Durante dos horas y media, una lista generosa recorre temas de todos los discos, con imágenes alusivas desde las pantallas. Se suceden: «Nuestro camino»; «Vivian» (hay que ver lagrimear a los viejos); «Adiós a Salto» (zamba del gran Víctor Lima); «Rumbo» (muchas muchas voces con hombre, abren las tinieblas y apuntan); canciones de color local como, «Isla Patrulla», «Platonada», «La ariscona» y «De cojinillo»; «La niña de Guatemala» (con José Martí en primera fila); «Las dos querencias» (“mi canto sin ser estrella alumbra mi caminar..”); «Pobre Joaquín» (“el no comer no mata, mata el odio y la envidia”); «Sembrador de abecedarios» (dedicado a José Pedro Varela); dos canciones solistas, primero Braulio, luego Pepe con su hija; «Milonga del fusilado» (acaso la mejor letra de homenaje al Che, sin la celebridad de «Hasta siempre», que sonó en el final), «A Simón Bolívar» (clásico infaltable); un recorrido por “Todos detrás de Momo” con «El dinero», «El gran remate», «Los grandes caballeros» y «El campo grande» (todos acompañados por la murga que marca el reglamento: bombo, redoblante y platillo); «Angelitos negros» (otro clásico con Braulio López rasgando el cuatro y su hijo mayor secundando a Pepe en la guitarra); «El matrero»; «Ta llorando» (canción de añoranza al paisito, en tiempos de exilio); «Un estandarte de luz» (canción de Braulio escrita en México al levantarse la prohibición en Uruguay, con arreglo sublime de violín de Jorge Risi); «El orejano» (“…Porque entre los ceibos estorba un quebracho…”); «Los orientales» (“porque siempre los pueblos saben romper las cadenas”); «Cielo del 69» (himno de Mario Benedetti); «Al Paco Bilbao» (con la gente bailando en las tribunas); «Los dos gallos» (sobre la Guerra Civil Española); «Este es mi pueblo» (en el histórico regreso de 1984, con el Estadio Centenario abarrotado y bajo la lluvia, esta canción comienza el recital más trascendente de la historia del folklore oriental: “Hoy he vuelto a mi pueblo después de una ausencia muy grande…”), y «A Don José», en el final, con el público cantando de pie.

Los comunicados de prensa se han ocupado de informar que el reencuentro se concretó para dejar en la memoria colectiva el recuerdo de una despedida a la altura de la trascendencia de los artistas. Hoy se informa que el dúo se presentará en Buenos Aires, el mes que viene. Más de uno, incluido este cronista agradecido, anhela varios años más, los que les queden de vida, para seguir disfrutándolos.

Los Olimareños en Córdoba

La historia de Los Olimareños registra momentos determinantes en Córdoba. Cuando la dictadura uruguaya comenzaba a asfixiar las posibilidades de expresión popular, Braulio López decide dejar su país y se radica en Córdoba, a principios de 1976. De Guatemala a Guatepeor. Aquí es detenido y trasladado a Campo de la Rivera, donde permanece varios meses. Luego pasa a la Penitenciaría de barrio San Martín, es trasladado a La Plata y finalmente a Devoto. Le dan allí la libertad bajo la condición de abandonar el país inmediatamente, y parte así al exilio español.

En 1996, Braulio López se presentó en el Club Alas Argentinas de Córdoba. La organización del evento estuvo a cargo de la agrupación UNIDHOS. La noche anterior al recital, el cantor concedió una entrevista a un grupo de estudiantes. Fue una conversación amable donde hizo gracia de preguntas inexpertas. Al día siguiente, el club Alas estaba desbordado. Antes del número central, un conjunto vocal de cuatro mujeres sacudió a la concurrencia. Nadie entendía muy bien de qué se trataba la propuesta, pero no se trataba de entender, sino de dejarse llevar por esas voces estupendas. Una ovación las consagró. Eran las De Boca en Boca, en una de sus primeras presentaciones.

Años después, Braulio López se presentó en el Auditorio de la Facultad de Arquitectura, en los festivales folklóricos de verano. Finalmente, en la Sala de las Américas del Pabellón Argentina.

Pepe Guerra, cuya carrera solista fue siempre reconocida en su tierra, tuvo visitas menos frecuentes a Córdoba. La última fue hace exactamente un año, el 8 de mayo de 2008, en el mismo recinto universitario.

Si tenemos suerte, pronto los veremos por aquí.