Buenos muchachos

Náger & Tolosa piano dúo – Rock Nacional Volumen 2

23-02-2016 / Reseñas
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Hace un tiempo, dos músicos se subieron al escenario del Teatro San Martín para interpretar obras de grandes autores: Spinetta, García, Páez, Cerati, entre otros. Compartimos el registro audiovisual de una noche que sigue sonando.


Náger & Tolosa piano dúo – Rock Nacional Volumen 2

Por | redaccion351@gmail.com

Foto: Sergio Manes.

Ojo con estos tipos. En serio, ojo. Parecen músicos.

Se aparecen de vez en cuando en las noticias con datos que más de un cómplice podría corroborar afirmando, las manos sobre una hornalla encendida, «yo los vi», o compartiendo detalles biográficos, como que se conocen de cuando no tenían canas; que se fueron a vivir lejos de la Argentina, lejos incluso uno del otro, seguramente para despistar; que estudiaron con apellidos plagados de consonantes; que tocaron con gentes de todos los colores de ojos; que produjeron la suficiente cantidad de trabajos o dieron clases a la suficiente cantidad de alumnos, o compusieron la cantidad de obras necesarias o se presentaron juntos las veces que hicieron falta.. Todo para lograr un reconocimiento notable. Hay incluso un disco publicado, «49 minutos», sabrán precisar.

Alguien dice «Germán Náger» o «Juan Carlos Tolosa» y ya aparecen palabras como «maestros»; «geniales»; «grossos»; «tremendos»…

Ojo con estos tipos. Otra que el dengue y la chikungunya.

Mucho más cerca de lo que cualquiera podría imaginar, sólo necesitan, para reproducirse, un par de cosas tan fáciles de conseguir como un poco de agua mansa en un bidón cortado. Cualquier pantalla con parlantes y un poco de conexión a internet será todo.

La primera jugada es perfecta. Aparece el video de una presentación en el Teatro San Martín. Una de las muchas. La lista de temas, en un vistazo, muestra los nombres de Luis Alberto Spinetta; Charly García; Fito Páez, Gustavo Cerati, entre otros. Hasta ahí todo fantástico. Se puede apreciar la espalda de uno en primer plano y el contraluz de la silueta de otro, de fondo.

El problema comienza con ese recuadro que dice «Reproducir todo». La flecha va sola y ya se lee «NÁGER & TOLOSA», así, en mayúscula, y «piano dúo», así, en minúscula. Después, «episodio #4»  arriba y «ROCK NACIONAL – VOL II» abajo. Triste destino el de la palabra «volumen», siempre mutilada. Por lo demás, el blanco y negro se lleva de maravillas con las canas, con las teclas de los Steinway de gran cola enfrentados. El efecto de verosimilitud, hasta aquí, insuperable.

Cualquier seguidilla desgraciada puede admitir nombres infinitos como puntos de partida. En este caso, «Ludmila». Con un sentido de oportunidad delicadísimo, los primeros contratiempos serán menores. El derrotero de la música hervirá el agua y quemará las tostadas. Con el comienzo de «Promesas sobre el bidet», migas negras egresarán de la boca abierta por aflojamiento maxilar y se perderán entre las ranuras del teclado para malograr, aún más, el desempeño de la barra espaciadora. El desconcierto enredará créditos y por momentos, la segunda canción de «Piano bar» será de Leguizamón-García. De los Steinway endemoniados surgirán gualichos humeantes, ocultismo umbanda, graves como exorcismos de Pugliese y un mareo de espejismos abarrotados en lontananza.

A esa altura, se habrá perdido el turno con el traumatólogo, habrá aumentado un poco más la lechuga y la lluvia habrá parido un bache justo al frente de la ventana de la cocina, para nuevos frenazos y quejidos de cientos de trenes delanteros, furiosos con el camión recolector de residuos, que se detendrá a compactar donde siempre, frente a la ventana de la cocina, y ahora justo al lado del bache, para condenar la fila de autos a transitar, irremediablemente en primera, por el nuevo lago bordeado de asfalto, para más bocinazos perdidos en los arrabales de la «Murguita del Sur».

El acto simple de uno de estos sujetos (el de pelo corto y remera símil presidiario) de tomar una botellita de agua, destaparla y beber un poco antes de «Tres agujas», es pura simulación. «Ah mirá, toman agua, tienen sed, son tipos normales, músicos que toman agua como cualquier músico entre obra y obra…» podrá pensarse, antes de esperar la parte de la música que deje cantar eso de no nadar en piletas, hasta alcanzar la cima de la canción, desde donde poder gritar «Oh mi amor, estoy tranquilo pero herido…» Todo será en vano. Un curso a cuatro manos desviará el sentido de la poesía y la calma final, entre acordes como algodones, traerá mordidas de gato, cansado de frotarse entre las canillas. Silogismo de félido rengo: si te lustro las canillas, significa «tengo hambre»; si a la media hora de lustrar te muerdo, significa «¡tengo hambre carajo!» Un tres dedos sangrante modificará el futuro de la relación. Esas pupilas como tajos sabrán esperar el instante de la venganza.

Así, una cosa llevará a la otra. La versión de «Muchacha ojos de papel», por quien se hace llamar Germán Náger (verán al final cómo reafirma esa idea quien lo ha dejado solo, cuando reaparece y dice, «El señor Germán Náger», para desatar el aplauso), saldrá a pasear por el desorden de la casa en plan de reconciliación. Un delirio de diez minutos acomodará papeles, cambiará toallas, sacudirá manteles y sábanas, tirará papas brotadas y encontrará medias perdidas, entre pelusones, detrás de la cómoda. El encantamiento hará repetir la ceremonia y un malón de efectos colaterales rellenará de azúcar el salero, guardará zapatos en la heladera y la manteca… ¿Y la manteca? ¿Qué hace la manteca en el botiquín?

Otro paseo del sujeto masculino Tolosa por nombres cercanos y reales como Carolina Merlo y Candelaria Zamar podrá reponer intervalos de sensatez, alguna melodía de película, con un Re que suena en silencio, en el aire inmenso de un teatro que ronda en la imaginación y confunde pérdidas momentáneas de juicio con títulos de canciones. Esa luz cenital del comienzo de «El loco de la calesita», ese contrapunto inicial para el mareo… Todo desespera. ¿Quién es Tolosa? ¿Quién es Náger? ¿Qué es la música? Un doblez incierto, a lo Jekyll y Hyde, o a lo Fierro y Vizcacha, o a lo Tyler Durden, o a lo Barros Schelotto.

O a lo «Té para tres», para seguir enroscándose en singulares y plurales de una canción, las piernas acalambradas de tanto quietismo escuchante y una indiferencia exquisita por el segundo vencimiento de la luz y el gas, acaso despareja al rigor de los avisos de deuda que ya vendrán, esos llegan seguro.

Tal vez cambie la vida para siempre quien acaba de tocar el timbre. Tal vez no hable, insufrible, de alguna fe revoleada en andurriales ganados por el sorgo de alepo; tal vez, esa sola presencia guarde la totalidad del destino, la plenitud del mundo resumida en un dedo angelical apretando un botón… Para ese llamado insistente, «Caravelas nada», o la música como promesa de felicidad en manos peludas que distraen con correteos de Tom y Jerry, con tormentones de graves como palizas antológicas de Bud Spencer y Terence Hill, o con laberintos de espejos ondulados a lo serpentario de zoológico.

Cuando el final del recorrido funda el blanco y negro en «Plateado sobre plateado», la penumbra en torno a la pantalla habrá emparejado la noche de Náger y Tolosa en el San Martín, para reproducirla, aunque no escuchen los nuevos aplausos y el entorno de la casa nos devuelva su desorden habitual de naturaleza muerta con gato. Al menos, las pupilas redondas, enormes, suplicantes de un poco de balanceado.

Dos músicos pueden sentarse frente a frente, entre pianos desenjaulados para que, entre otras cosas, la vida tenga sus momentos de alegría, con las distracciones lógicas que pueda suponer, en el después indefinido de un registro audiovisual publicado, una escucha en pantuflas.

Dos músicos, sí, porque la música también es un pedazo de tiempo que comienza, termina y hay que ir a la verdulería.

Ojo con Náger y Tolosa. Ojo en serio.

Germán Náger y Juan Carlos Tolosa – Piano Dúo – Rock Nacional Volumen 2