En nuestro espacio semanal de historias compartidas en torno a la Escuela Alegría Ahora, un relato sobre Miriam, una de sus alumnas.
77. El amor hace milagros
Mónica Lungo, miércoles 2 de agosto de 2023.
El amor hace milagros.
Mirian.
Sus manos nos hablan de lo cruel que ha sido, y es, la vida que le tocó. ¡Tan traumática!
Me llevó dos años descubrir que era analfabeta, cuando una mañana la pude alcanzar -siempre se escapaba- y le pregunté por qué no firmaba la libreta de su hija o las fichas cuando entregábamos alimentos.
«Mi mamá no sabe escribir».
«Entonces Mirian desde mañana empezás la escuela.»
Y empezó. Durante cinco años no habló. No abrió la boca.
Incluso pensábamos que era muda.
«¡Muda! Si la escuchara seño cómo nos putea cuando no le damos bola!»
¿Tendrá alguna discapacidad?
Fui uniendo partes de su vida y entendí porqué estar callada y muy sucia era su mejor defensa. Fue violada, golpeada, hambreada, humillada toda la vida. Desconfía hasta de su sombra.
Luego de cinco años le pedí por favor que me dijera algo y me dijo: «No soy tonta Mónica». Y ese día le conocí la voz.
¡Cuando Guada llegó y comenzamos a cantar fue mágico!
¡Cuántas veces lloramos juntas porque la Mirian había emitido tres acordes con su voz! «¡Canta! ¡La Mirian canta!»
Y no sólo cantaba, empezó a defenderse de su mamá que la seguía golpeando a los 40 años.
Su hija, que estudiaba con ella en ese momento, nos contó:
«Se le paró a mi abuela. Le dijo: ‘¡Vieja culiada no me verdugueás más!'»
Y nunca más le pegó.
Aprender a defenderse fue un aprendizaje que nos llevó ocho años de mimos, paciencia y amor.
Aprendió a bañarse en la escuela. Ese aprendizaje merece su propio texto. En su rancho no hay baño ni agua. Muchas familias se bañan en la escuela.
Ha sido muy fuerte ver su proceso de transformación: era tan grande su escudo que nadie quería sentarse cerca por su olor.
En cada baño no sólo se sacaba mugre, se sacaba dolores. Por eso también en cada baño iba apareciendo la verdadera Mirian.
El amor hace milagros.
Hay días que no es fácil conectar con ella. A veces de la nada se enoja y se va, insultando claro. Y siempre vuelve y siempre, durante diez años, le abrimos la puerta.
Hasta la semana pasada que le dije que ya no aguantaba más que nos faltara el respeto.
«Yo no les falto el respeto».
Y la verdad es que si comparamos cómo es en la villa para sobrevivir y cómo es con nosotras, tiene razón, no nos falta el respeto. Pero somos una escuela y siempre hay que seguir mejorando.
«Me duele cuando insultás, cuando te vas enojada, cuando faltás, ¿sabés por qué te tenemos tanta paciencia?»
Sin mirarme dijo «no».
«Mirame, mirame bien a los ojos: Porque te queremos a vos y a tus hijas. Hace diez años que nos conocemos y todavía no crees en nuestro amor?»
«No».
Le tomé las manos, ásperas, flaquitas, lastimadas…
«Te voy a preguntar de nuevo: ¿por qué pensás que te tenemos tanta paciencia?»
Comenzó a llorar.
«Vamos juntas, decilo conmigo: ‘porque en la escuela me quieren'».
Lo repetimos tres veces, como un mantra, una canción, una plegaria.
Nunca sé muy bien cuándo se va, porque casi no saluda. Es como si huyera siempre.
«Me voy», me dijo hoy, despacito.
«Vení a darme un beso, ¡no seas ortiva Miriam!»
Se rio, no me besó pero me puso la cara.
«Sos loca Mónica, me haces reír.»
Bendita risa.
El amor hace milagros.