Cada martes una historia escrita, hace un tiempo y rescatada en este espacio, en torno a la Escuela de Amor Político Alegría Ahora.
No encontramos otros testimonios tan cercanos y movilizadores como los que aquí se comparten.
45. Ladrona de lapiceras
Mónica Lungo, domingo 20 de mayo de 2020.
Elegí ponerle «Ladrona de lapiceras» a este texto para esperanzarlo un poco, incluso para mí.
El verdadero título es: “Me asquea la humanidad”.
«Ladrona de lapiceras» es el título superador que logro, gracias a la pedagogía del amor político, de la educación popular que nos permite pararnos en el horror y construir.
La pandemia nos ha escupido en la cara la sociedad desigual que hemos naturalizado.
Muches, siguiendo las ideas capitalistas que nos enseñan especialmente en el sistema educativo, ven enemigos donde deberían ver hermandad.
¿Por ejemplo?
La violencia que sufren les profesionales de la salud o el deseo de que la cárcel no sólo pudra a las personas, sino que mueran ahí, sin ninguna posibilidad.
Otres miran, con miedo o indiferencia, sin corazón, a través de las pantallas, cómo se vive la pandemia y desde ahí se autotitulan especialistas en situaciones de crisis humanitaria.
La escuela Alegría Ahora sale a los barrios desde el segundo cero de la pandemia a acompañar con alimentos, conocimientos y fundamentalmente con amor a cada estudiante y su familia.
Ya llevamos más de mes y medio y parecen años, porque la desigualdad en pandemia es siniestra, es demasiada incluso para nosotres que batallamos en la mayor injusticia todos los días.
Ya no siento dolor cuando escucho los ruidos en la panza de la gente, ni cuando veo que duermen en el suelo y que sólo se abrigan con el deseo de tener una frazada.
Siento asco. Un tremendo asco de la sociedad que sostenemos.
Siento una violencia tan incontrolable que sólo mi amor por la Humanidad puede calmar.
Mi cerebro entra en shock, comienzo a ver chispas… Y escucho la voz de Paulo Freire que me susurra al oído “hay que equilibrar la rabia y el amor.”
Y sé que es así, que no hay otra manera. Logro calmarme un poco…
“Ladrona de lapiceras” es una niña que se desesperó cuando descubrió mi cuaderno y que yo escribía. No pude registrar mucho ayer, porque la lapicera se fue en sus manos.
Miguel tampoco pudo, porque su hermanito también se llevó su lapicera.
Es poesía, sí lo es.
Pero también es una niña que no tiene ni una mesa donde sentarse a dibujar, menos una cartuchera con colores, jamás un libro.
«Ladrona de lapiceras» es una foto de la profunda necesidad de educación, de arte, de vida bonita que se necesita muchísimo más en una villa.
“¿Qué querés que te traigamos la próxima vez?”
“¡Lapicheras seño!”
Tiene cinco años y ya conoce lo peor de nuestra sociedad. Y aun así, mira el mundo con belleza. Porque la necesita.
Aunque siga vomitando -literalmente- desde ayer del asco tremendo que siento frente a las injusticias, busco escribir como acto político pedagógico y busco las lapiceras para llevarle a mi dulce ladrona de conocimientos.
Porque se trata de eso, del hambre de conocer que es parte de la esencia de ser personas.
«Ladrona de mi corazón» debería llamarse este texto.
Es que yo también soy ladrona de lapiceras.