Por Pablo Arietti | redaccion351@gmail.com
La invitación a un libro como el de Carlos Rolando puede comenzar por una contra invitación. Entre los motivos que han acelerado la sensación del paso del tiempo en todas partes, el exceso de información, más bien, de palabras, integra, sin dudas, el podio. El medio virtual que compartimos en este momento, por ejemplo, nos tiene atrapados desde hace ya varios años.
Demasiados diarios, revistas, libros, blogs, redes sociales, foros, enciclopedias, manuales, recetas… Océanos de palabras y más palabras. Situaciones curiosas: en algunas asignaturas devenidas de esta tempestad escrita, los alumnos saben más que los profesores. Se inventan carreras donde los docentes le piden a sus educandos los temas que quisieran profundizar, para aprender junto a ellos. Todo se comparte, renueva, mejora o entorpece, perfecciona o vulgariza. Vaya a saber. Los médicos dicen que no hay que leer las barbaridades que se publican en la web. No alcanzarían todas las pomadas de las farmacias del barrio para aliviar las ampollas de más de un doctor con las manos ardidas por ponerlas en el fuego al asegurar su abstinencia de visitas a algún blog. De repente, la tía que nunca cocinó aparece con un postre googleado.
La erudición parece haberse mudado a la red. Con alguna preparación, a veces, ciertas naderías saltan a la vista. Todos, igualmente, fuentón en mano, o en las teclas, alimentamos las vertientes de este Aleph. A propósito, pregunta repetida: ¿qué habría pensado Borges de Internet? Por las dudas, y comprobado más de una vez: no todo está en la web. Pareciera que sí, pero no.
Entre las herramientas más conocidas para analizar los temas que inundan las redes en determinados períodos de tiempo, aparecen las nubes de palabras. Si fuera posible una aplicación mágica que reúna todos los vocablos, de todos los idiomas, dichos o escritos en los últimos cincuenta años, tal vez, uno bien grande dominaría en el centro la nube: ¡Rock! Sería divertido buscar otros, igualmente universales.
Es «la palabra» del libro que invitamos a leer. «No soy rock», de Carlos Rolando, celebra la complejidad inabarcable de un término que no deja de sumar generaciones. Una crítica del rock supone el desafío de fijar, en el blanco de una hoja digital, o de papel, la reflexión sobre algo que existe en tanto se mueve. Sus connotaciones en ebullición constante nos dejan picando una simejanza de color local, entre el rock y el peronismo. Ser rock, tarde o temprano, también puede ser comer los tallarines un domingo con la vieja.
Rolando propone textos sueltos en torno a la ubicuidad del rock, a la decadencia de sus lugares comunes, a los vaivenes de sus rebeldías. Pero el tema del libro, con el paso de las páginas, es un pretexto para valorar, entre -de nuevo- tanta jungla publicada, los méritos de un escritor que confirma la posibilidad de encontrar novedades más que interesantes en la web.
La edición tiene la elegancia de todo lo que publica elvernaculo.com: imágenes cuidadas al milímetro, buen gusto en la distribución de las ilustraciones y los textos.
Antes o después de la presentación en Dadá, se puede recorrer por aquí este fragmento sucio y desprolijo -y por eso, más que recomendable- del gran universo del rock.
http://elvernaculo.com/nosoyrock/
Notas relacionadas
