Por Garba.
Aquella tarde la función era en un barrio muy popular.
Llegué dentro de una serie de funciones que sostenía el Instituto Nacional del Teatro para que llegue a lugares donde no se puede pagar una entrada, ni se sabe dónde quedan las salas.
El escenario era el techo de una casa, la losa más precisamente, desde donde se podía ver a todo el barrio y el barrio te podía ver.
Con un parlante que funcionaba mal, un vecino que trató de conectar el micrófono y lo rompió, muchísimo lío, gente repartiendo números para una rifa, carrera de embolsados, karaoke…
Y de pronto, el teatro.
¿Qué hace que algo que no es, sea?
Tan sutil como dejar andar la ficción, a veces la experiencia teatral nos salva del mundo de todos los días.
Siempre que voy a actuar, al terminar la función, siempre, siempre, alguien se acerca y dice: yo también quiero hacer eso de actuar.
Se respira una alegría contagiosa, una contentura de regalo en las manos.
Siempre, algo nace.
Siempre.
Participar del teatro transforma a las personas, siempre.
Porque el teatro se siente, no se explica ni se entiende.
Podemos ser otrx por un rato y eso, en muchísimos casos, es la única esperanza.
No destruyamos el teatro.
No cortemos los pocos puentes que nos quedan para imaginar un país mejor, más justo, más humano.
Notas relacionadas
Celeste cerúleo
En sus bordes hay un fuego, que con el ave, estaban dando vueltas por los incendios que nunca pasan de moda.
