Con permiso
Ser Padre
Esa forma de endurecerse sin perder la ternura jamás. Esa segunda patria. Esa fascinación. Esas cartas con dibujos guardadas para siempre en el cajón. Esos silenciosos modos de andar codo a codo.
Por Luciano Debanne.
Ser padre, ese modo particular de ejercer el oficio de amar.
Esa forma de endurecerse sin perder la ternura jamás.
Ese lugar donde se cruza el amor incondicional y la paciencia, siempre al límite.
Esa segunda patria. Ese modo de recordar, de ejercer la memoria.
Esa incertidumbre constante. Ese miedo a morir.
Ser padre, esa fascinación.
Ese lazo tan humano, tan alejado de la biología, tan poco que ver con la sangre, tan mucho que ver con el corazón.
Esa forma de ejercer la hombría tan a contramano.
Esas cartas con dibujos guardadas para siempre en el cajón, ese llanto de cariño y felicidad ante una criatura que duerme.
Esos silenciosos modos de andar codo a codo.
Esa forma de existir para siempre.
Ese día en la vida, esa confirmación de que finalmente todo vale la pena.
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Pasa una mamá con un carrito tapado de colchas de polar y adentro un pibe envuelto en mantas que capaz le tejió la abuela o heredó de su hermano, o de un primo. Lo abriga la historia, pienso cuando lo miro.
Una ramita entremedio de la otra, a veces más arriba, a veces más abajo, a veces superficial, a veces tan hondo. Su fragilidad indestructible, su estructura sin planos, su aprendizaje de tiempo. Su cobijo.
Cuenta que de niño se cagaba de hambre, que su viejo se hizo carbonero para parar la olla y el niño que él era se hizo carbonero también, que las paredes de su casa eran grises pero se fueron volviendo negras.